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La nacionalidad se hizo nación

La nacionalidad se hizo nación

La nacionalidad se hizo nación
LA nacionalidad que era Cataluña en virtud de la Constitución de 1978 se ha convertido, por obra y gracia del Estatut refrendado el domingo por 1,8 millones de ciudadanos -frente a los 5,3 inscritos en el censo-, en una nación. Es una de esas cosas que inventamos en España para que no decaiga el juego de los agravios interregionales y, de paso, justifiquen su existencia las tribus de caciques periféricos que, sin dimensión para una política de mayores vuelos, encuentren en su rincón justificación existencial y apariencia política suficientes.
Si miramos sin muchas consideraciones el resultado del referéndum del domingo, hay que hablar de una decepción generalizada. Uno a uno, y todos colectivamente, los partidos políticos presentes en el caso deben repartirse la responsabilidad de ese fracaso y tratar de llevar con dignidad la resaca que se corresponde con la melopea que, desde el «sí» o desde el «no», ha esterilizado la acción política en Cataluña durante los últimos tres años y, lo que es peor aún, ha paralizado cualquier actividad política inteligente en el ámbito del Estado desde que José Luis Rodríguez Zapatero, a falta de ideas más provechosas para los ciudadanos, fijara en los nacionalismos secesionistas el contenido y el rumbo de su acción de Gobierno.
Quizás convenga recordar ahora una de las intervenciones en el Congreso de los Diputados, en 1934, de Francisco Cambó: «La España que dominó Europa, que fue la primera potencia continental (...) era una España miserable, de menos de ocho millones de habitantes que estaban muriendo de hambre; pero aquellas gentes tenían un ideal...». Hoy somos 44 millones, comemos a diario, incluso con postre, pero carecemos de ese ideal común sin el que no es posible catalizar un proceso patriótico. «Si el país no piensa más que en sus problemas domésticos -dijo también Cambó en la intervención parlamentaria que recuerdo-, vivirá siempre en plena discordia». En ella estamos.
En el referéndum catalán, además de sus máximos promotores, el PSC y el PSOE, han salido perjudicados muy especialmente ERC y el PP. No es fácil que aprendan la lección porque todos andan en la explicación del «éxito» que les corresponde, pero mejor harían, puestos a lo catalán, en releer a Cambó para saber que la unidad hace la fuerza y que el momento no es el mejor para que los caciques regionales, ya en carrera para la imitación del suicidio catalán, nos enseñen sus ombligos y griten sus respectivos «aquí estoy yo». Un mal uso de la Constitución del 78, fruto de un gran pacto de Estado, nos conduce a la fragmentación nacional, a la debilidad y, por ello mismo y con los excesos de izquierdismo rancio que caracteriza a Zapatero, a perder una magnífica oportunidad de progreso en un tiempo de notables dificultades económicas.

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