La nueva guerra civil que nos quieren imponer personajes como Carrillo y Rodríguez. A Carrillo le va la guerra civil, Stalin, etc, pues a sus 91 años nunca ha pedido perdón por los 2.000 torturados asesinados salvajemente en Paracuellos, tampoco ha pedido perdón por lo que relata de él Semprún en su libro, ni por su estalinismo, etc
La nueva guerra civil que nos quieren imponer personajes como Carrillo y Rodríguez. A Carrillo le va la guerra civil, Stalin, etc, pues a sus 91 años nunca ha pedido perdón por los 2.000 torturados asesinados salvajemente en Paracuellos, tampoco ha pedido perdón por lo que relata de él Semprún en su libro, ni por su estalinismo, etc
En la guerra civil ambos bandos cometieron brutalidades y en la transición se llegó a la reconcialiciación con la Constitución de la Concordia de 1978. ¿para que mirar atrás tergiversando la historia?
En la revista www.alfayomega.es varios historiadores dedican artículos a este tema
La nueva guerra civil
28.07.06
Quieren imponernos de nuevo la guerra civil. Y quienes fuimos niños en ella, sin
ninguna responsabilidad en la locura que envolvió a nuestros mayores, debemos
alzar nuestra voz, por débil que ya sea, contra semejante monstruosidad. Recuperar la
memoria histórica no puede equivaler a resucitar cadáveres que creíamos bien enterrados
de uno y otro lado de las trincheras. Ni a leer de nuevo las infames excusas de quien
envió a Paracuellos del Jarama a dos mil presos nacionales que allí fueron bestialmente
asesinados. A los 91 años, parece que le habría llegado el tiempo de pedir perdón.
El mismo diario de amplia difusión donde esto fue otra vez escrito ha dedicado
media página a contarnos que «la Iglesia se volcó con los golpistas». Y no lo firma,
aunque mentira parezca, un libelista de cualquier rama del PCE, sino un catedrático
de Historia contemporánea de una Universidad española cuyo nombre omitiremos,
por piedad.
Don Antonio Montero, hoy arzobispo emérito de Mérida-Badajoz, publicó en
1961 una Historia de la persecución religiosa en España, que fue difícil encontrar
luego, seguramente porque el autor favorecía la voluntad de olvido que iba, por fortuna,
consolidando la paz. Pero fue reimpresa, tres veces, a partir de 1999; muchos
querían saber. Según su estudio, en los casi tres años del choque armado, habían
sido asesinados en la zona roja (era su propia denominación, como bien recordó José
María García Escudero) trece obispos, 4.184 sacerdotes, 2.365 religiosos y 283 monjas.
Estas cifras no incluyen los millares de civiles que fueron paseados por confesar
sus creencias religiosas. Las formas de esos crímenes fueron, a menudo, particularmente
odiosas y aun repugnantes. Ante esta barbarie, la Iglesia no pudo ser neutral.
El niño de la guerra que aquí firma recuerda bien su segunda vivencia política, después de la primera que fue la llegada, zafia pero alegre (José Antonio Primo de Rivera dixit), de la Segunda República. Estaba en casa de unos primos que vivían en
lo que entonces era el Boulevard madrileño cuando empezó a salir humo de la vecina iglesia de la Flor. Algunos alegres republicanos se entretenían en quemar templos y conventos, menos de un mes después de que don Alfonso se hubiera ido sin resistencia…,
para evitar una guerra civil…
Roma ha sido sensible a aquellos sacrificios. Hasta hoy, 11 de los asesinados son ya santos; y nada menos que 468 han sido proclamados Beatos. La Congregación de las Causas de los Santos sigue trabajando; y seis recientes Decretos pontificios
incluyen los nombres de otros 150 futuros Beatos. Muchos más están siendo investigados, con el rigor que las diócesis españolas y la Santa Sede ponen al juzgar los méritos de quien puede ser llevado a los altares. Y ha de quedar perfectamente,
meridianamente, claro que ninguno de estos mártires lo fue por motivos temporales.
La Iglesia sólo exalta a cualquier grado de santidad a quienes murieron dando, con su sacrificio, claro testimonio de sus creencias religiosas. Las temporales o seculares han de ser juzgadas y valoradas por otros.
Carlos Robles Piquer
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