CURSO ACELERADO DE PROGRESISMO El glorioso cine español
CURSO ACELERADO DE PROGRESISMO El glorioso cine español La historia de la cinematografía está jalonada de obras de dudosa calidad, perpetradas en su mayor parte por cineastas misóginos y escasamente progresistas cuyo paradigma encarnó sin duda John Ford. A pesar de la evidencia de su escasa capacidad para conectar con la sociedad posmoderna, Ford sigue teniendo, incomprensiblemente, un gran prestigio entre los supuestos entendidos del séptimo arte, especialmente en el subsector fascistoide encabezado por el siniestro José Luis Garci.
Por Fidel Vladimir el Exégeta
http://agosto.libertaddigital.com/articulo.php/1276232180
La historia de la cinematografía está jalonada de obras de dudosa calidad, perpetradas en su mayor parte por cineastas misóginos y escasamente progresistas cuyo paradigma encarnó sin duda John Ford. A pesar de la evidencia de su escasa capacidad para conectar con la sociedad posmoderna, Ford sigue teniendo, incomprensiblemente, un gran prestigio entre los supuestos entendidos del séptimo arte, especialmente en el subsector fascistoide encabezado por el siniestro José Luis Garci. |
En las películas de John Ford no aparece ningún homosexual (¿pueden creerlo?), ni siquiera una relación sadomasoquista o una escena de consumo masivo de estupefacientes, circunstancias todas ellas de la realidad cotidiana que el cine, en tanto que reflejo de la sociedad, debiera siempre ensalzar.
Afortunadamente para el séptimo arte, el cine español de los ochenta vino a colmar esta evidente laguna gracias sobre todo a la generación de artistas comprometidos surgidos de "la movida" madrileña. La trayectoria fulgurante que pondría a nuestra industria en la cima de la modernidad, se inició con el suceso "Pepi, Lucy, Boom y otras chicas del montón", obra de un genio en ciernes, Pedro Almodóvar, que de esta forma iniciaría una carrera plena de éxitos profesionales y de compromiso con la defensa de los valores democráticos, como quedó acreditado en las memorables jornadas inmediatamente anteriores a la victoria de las fuerzas de progreso en 2004.
Antes de aquella gloriosa producción hubo algunos intentos de ruptura con la tradición cinematográfica, como por ejemplo la película "Morbo", protagonizada por Víctor Manuel y Ana Belén, cuyos espectadores continúan medicándose treinta y cinco años después no porque la película fuera un puto desastre, sino porque la superestructura del posfranquismo hacía inviable el éxito de propuestas narrativas de este jaez. Después de la primera película de Almodóvar y, sobre todo, de la emocionante escena de Alaska haciendo pipí en el vaso de Carmen Maura, el cine no volvió a ser lo que era. A efectos de nuestro estudio, la micción de Alaska es el punto de no retorno hacia a los valores característicos del cine clásico.
El cine español no tiene apenas espectadores, pero esta circunstancia, que los fachas aducen como demostración de un supuesto fracaso, es, por el contrario, la prueba evidente de su extraordinaria calidad. El cine español no está hecho para el disfrute de la masa, ni siquiera para ser saboreado por los escasísimos paladares capaces de deglutir el producto y extraerle toda su esencia, sino para su utilización como excelente herramienta dentro de la estrategia global de lucha contracultural. Hay que cambiar la superestructura (me gusta utilizar esta palabra para que la gente suponga que alguna vez he leído a Marx. Les recomiendo a ustedes que hagan lo mismo aunque, como yo, no atisben a ver nada más en ese concepto que una estructura muy grande. Cierro el puto paréntesis), pero no de cualquier manera, sino con los medios económicos fagocitados previamente a las clases medias cuyos valores se pretende subvertir (¿somos ingeniosos o no somos ingeniosos?). No olviden que, en tanto que progres, tenemos unos gustos refinados en materia de intendencia y eso, por desgracia, el capitalismo opresor no lo proporciona gratis.
En la anacrónica cosmovisión de la clase media, quiero decir, del facherío, los productos culturales –aún los más elevados, como el cine contemporáneo– debieran ser financiados exclusivamente por aquellos que consideran su contemplación un elemento enriquecedor de sus vidas. ¡Ah canallas! Olvidan lo que los políticos les vienen remachando desde hace décadas: la cultura no beneficia sólo a quien la disfruta, sino que supone un elemento de prestigio nacional que la sociedad entera debe financiar por un elemental patriotismo. Lo del patriotismo viene muy bien para tocar la fibra sensible del contribuyente, aunque los progres abjuremos de esos arcaísmos identitarios, salvo que se trate de una región periférica luchando por su autodeterminación, en cuyo caso no nos preocupa desmelenarnos en patriótica francachela.
Las cifras de espectadores del cine español son cada vez más paupérrimas, lo que resulta una noticia excelente pues demuestra que vamos por el camino adecuado. Precisamente por eso resultan patéticos los intentos de maquillar las audiencias incluyendo películas de difícil categorización española como "El reino de los cielos" que, aunque protagonizada por el conocido actor albaceteño Orlando Bloom, presenta ciertas vinculaciones sospechosas con la industria norteamericana en el terreno de la producción.
Para que se hagan una idea, el prototipo de cine de calidad que ha de ser subvencionado (junto a las producciones de "nuestro director más internacional"), es la coproducción hispano-cubana "Roble de olor". Si buscan en las estadísticas del Ministerio de Cultura, verán con asombro y envidia la excelente acogida que tuvo: 7 espectadores, con dos narices, es decir, que no fue a verla ni la señora madre del director. Este es el cine que hay que financiar, pues si provoca tal rechazo en nuestra sociedad consumista y decadente, es porque sin duda atesora todos los grandes valores que los progresistas pretendemos inocular entre la ciudadanía, en su mayor parte ignorante y reaccionaria.
Por eso, cada vez que en los telediarios escuchen hablar sobre la catástrofe de audiencia del cine español, alégrense y échense mano a la cartera... para abrirla con más generosidad. No olviden que, a pesar de que todavía no sean capaces de disfrutar del exquisito beluga que nuestros directores patrios producen sin cesar, ellos velan día y noche con su lucecita encendida por la democracia, nuestra libertad y la paz del mundo. Y eso hay que pagarlo, oiga.
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