La libertad religiosa en la actualidad
La libertad religiosa en la actualidad
La libertad religiosa en la actualidad
Arvo.net - 11/03/2004
Ante la negación de las autoridades francesas a los símbolos religiosos en las escuelas, la polémica se extiende a otros países. Los signos y símbolos son importantes, no tanto en sí mismos, sino por lo que representan. Por eso, negar determinados signos o manifestaciones públicas de religiosidad puede equivaler, en la práctica, a negar la libertad religiosa, derecho fundamental de la persona. Entrevistamos sobre este tema tan de actualidad a D. Juan Moya, Doctor en Derecho Canónico y Rector del Real Oratorio del Caballero de Gracia (Madrid).
Entrevista a D. Juan Moya, Doctor en Derecho Canónico y Rector del Real Oratorio del Caballero de Gracia
por Evaristo de Vicente
--¿La libertad religiosa en España tiene algún tipo de reconocimiento jurídico que pudiera ser invocado para impedir que suceda lo de Francia?
--Como es sabido, la libertad religiosa es un derecho fundamental de las personas, reconocido expresamente por la Constitución Española en su artículo 16., donde «se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley (...) Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.» Se negaría en la práctica la letra y el espíritu del texto constitucional si se prohibiera la manifestación pública de las propias creencias religiosas, siempre que estas creencias (católicas, o de otras confesiones religiosas) no alteren el orden público y sean respetuosas con las creencias ajenas.
--¿Cómo se explicaría el empeño de algunos por la prohibición de los signos religiosos?
--Los motivos pueden ser varios. Uno de ellos es el deseo de relegar la religión al ámbito de lo privado; lo cual atentaría a la libertad real en materia religiosa y supondría un empobrecimiento cultural. Existe el empeño en distinguir entre lo privado y lo público en la moral y en la religión, porque se pretende que las convicciones religiosas o morales no tengan relevancia en la vida pública. Pero esta distinción, como advierte el profesor Andrés Ollero, se hace, paradójicamente, apoyándose en un juicio de valor o juicio moral sobre el sentido de la sociedad, de la política, etc., lo cual resulta una contradicción evidente y muestra lo artificioso de semejante distinción.
Además, ¿por qué presuponer que la aparición de las convicciones religiosas en la vida pública han de resultar algo negativo y no se considera negativo lo contrario? En todo caso, ¿por qué prohibir determinadas opiniones –tengan o no fundamento en creencias religiosas- mientras no pretendan monopolizar al ámbito social y se expongan de manera razonada y serena? En fin, ¿acaso cualquier opinión sobre cuestiones sociales no obedece a un modo determinado de ver la vida omnicomprensivamente, sea desde la fe razonada o desde la indiferencia religiosa? ¿No tiene, al menos, tanto derecho a “existir” el punto de vista creyente como el no creyente? Ciertamente el sentido de la vida humana, personal y social, no se comprende del mismo modo si se concibe con una dimensión trascendente al mundo o sin ella. Pero ¿por qué razón ha de excluirse en una sociedad plural y democrática a una cosmovisión y no a otra? ¿Por qué, además a la que históricamente ha dado a la humanidad el concepto de dignidad de la persona, por encima de raza, lengua, nación, religión, etc.?
--¿El pluralismo cultural, entonces, no debería ser un problema para la convivencia,? en principio
--Obviamente, no. Es preciso educar en el respeto a las diversas manifestaciones culturales, mientras no atenten contra la moralidad pública, la honestidad, etc. Las creencias y manifestaciones religiosas son parte de la cultura de un pueblo, por lo que deben respetarse tanto como a ese pueblo. ¿Cómo entender las catedrales, la Piedad o el Moisés de Miguel Angel, El Santo Cristo de Velázquez, La Inmaculada de Murillo, La Anunciación de Fra Angélico y, la innumerable galería de obras de arte religioso –escultura, pintura, arquitectura- sin reconocer y respetar las creencias religiosas que las hicieron posible.
--¿Existe, en general, una conciencia clara de la riqueza cultural de lo que los cristianos han aportado a Europa?
--Como ha señalado el prof. Francesco D’Agostino, el cristianismo ha unificado antropológicamente a Europa y a la civilización occidental en general, porque ha asumido los valores positivos del Derecho Romano y la Cultura griega y les ha dado pervivencia a lo largo de los siglos. El cristianismo ha unido Jerusalén, Roma y Atenas, que son la cuna del pensamiento moderno y el motor que originó el desarrollo social y cultural de Europa. Recordemos que hasta el siglo VIII, lo que hoy llamamos Europa, se llamaba La Cristiandad. El cristianismo también ha aportado a Europa y al mundo –recordaba el Papa al Cuerpo Diplomático recientemente- la escuela y la universidad, innumerables obras de solidaridad, el sentido de lo universal, la libertad, la dignidad de la persona, etc.
--La tolerancia parece un valor “en alza”. ¿Sería aplicable a los signos religiosos?
Tolerar es permitir algo en sí mismo no deseable, es decir, que no se considera bueno. El derecho civil no puede impedir algunas conductas indeseables, como el adulterio, o las borracheras, ya sea por respeto a las convicciones personales, o para evitar males mayores, siempre que tales conductas no conlleven otros delitos. Si las creencias religiosas hacen mejores a las personas, entonces el verbo «tolerar» resulta inadecuado. Se tolera lo malo en sí. Lo que contribuye a ser mejor, aunque no coincida del todo con mis creencias, debo «respetarlo», que es mucho más que tolerar. «Respectus» significa algo así como «tratar con miramiento», con delicadeza.
El enfrentamiento entre los pueblos por motivos religiosos es gravísimo, y no es cristiano. Occidente debe dar ejemplo de respeto a las diversas creencias religiosas, y lograr que todos las gentes puedan vivir un clima de comprensión, de respeto y de paz. No impidamos esa convivencia negando los signos religiosos que no van contra nadie. Podría suceder que el que crea que esos signos hieren su conciencia sea porque no tiene una conciencia tranquila. El problema, en eso caso, sería la propia conciencia, no el signo religioso.
--Se ha dicho que no se prohíbe que cada uno en su casa haga lo que desee, pero que el Estado ha de defender la neutralidad de signos religiosos en la vida social.
--Si se dijera que los signos y símbolos que expresan las creencias religiosas se deben reservar para el ámbito familiar o de la iglesia, y se negara su presencia en la escuela, eso no sería una actitud neutral hacia la religión, sino directamente antirreligiosa, y contraria al artículo. 16, 3 de la Constitución. La actitud «neutral» es no dar preferencia oficial a ninguna religión y a la vez respetar la que profesen los ciudadanos; en la escuela, los alumnos. Negarles los signos es rechazar sus creencias, negarles el derecho a manifestarlas. Se podría preguntar a los católicos y ortodoxos que vivieron en la Unión Soviética desde 1917 hasta la caída del Muro de Berlín si les parecía que la prohibición de signos religiosos por el Estado era señal de «neutralidad» y «respeto» a las diversas creencias, o más bien la manifestación de la más dura y pura dictadura antirreligiosa. Negar los signos religiosos en la escuela o centro docente, con frecuencia procede de una concepción de la enseñanza que no reconoce el valor educativo y formativo de la religión, y niega, por tanto, que deba formar parte de los planes de estudio. Esta actitud no puede decirse que sea neutral hacia la religión, sino claramente contraria a ella: es una actitud antirreligiosa.
--Se nos dirá que se trata de evitar el peligro de caer en un fundamentalismo religioso.
--El fundamentalismo religioso, obviamente, es detestable, pues -por definición convencional-, impone las propias creencias sin respetar a quienes no las compartan, recurriendo incluso a la violencia; no acepta el derecho fundamental a la libertad religiosa. Pero lo que podríamos llamar fundamentalismo o fanatismo laicista es igualmente perjudicial, porque niega el derecho a profesar cualquier religión y no respeta al creyente de una u otra confesión, y al católico en particular. A lo sumo admite las creencias religiosas siempre que no salgan a la luz pública, es decir, que se mantengan encadenadas entre cuatro paredes. Esto no es ser «laico», esto es ser laicista de mente estrecha, excluyente, beligerante y totalitario…; incapaz de comprender que –como dice Shakespeare- «hay algo más en el mundo, Horacio, de lo que enseña tu filosofía». Hay capacidad de pluralismo, hay capacidad de convivencia democrática, intercultural y pacífica.
Insisto, la «postura laica» honesta es «no confesional», con respeto a las diversas creencias de las personas que integran la comunidad de que se trate. La postura «laicista» niega toda creencia religiosa, de un signo u otro: es una postura antidemocrática. El «Estado laico» es el no confesional; el «Estado laicista» es el antirreligioso. El Estado laico no tiene una religión oficial, pero respeta las de sus ciudadanos a los que reconoce el derecho de libertad religiosa. El Estado laicista podríamos decir que tiene como “religión” el oponerse a toda religión, y por tanto no respeta las creencias de sus ciudadanos, no reconoce en la práctica el derecho a la libertad religiosa; y en particular la de los cristianos. Es por tanto un Estado antidemocrático, totalitarista en cuanto a la libertad de religión.
--Parece que si en una escuela hubiera alumnos de diversas confesiones religiosas, sería un poco complicado poner en la pared, encima de la pizarra, por ejemplo, todos los signos religiosos junto a la cruz de los cristianos.
--Si en un centro hubiera alumnos de diversas creencias, la actitud neutral de la escuela sería autorizar los signos de esas creencias, al menos si los alumnos o sus padres lo solicitan; y promover la convivencia y el respeto entre ellos. Esto sería educar en valores, en respeto, en conocimiento de las otras realidades, en la libertad de elección… Los signos religiosos de los creyentes de una u otra religión, siempre que sean respetuosos con otras creencias, o con los que no tengan ninguna religión, no tienen por qué resultar molestos para los no creyentes, o los creyentes de otra religión. Al que no tenga creencias religiosas le puede resultar indiferente lo que piensen otros sobre la religión, pero no tiene derecho a negar que ésos las tengan y las manifiesten, porque esas manifestaciones no van “contra” los que no creen; simplemente expresan el derecho a manifestar las propias convicciones.
Esa tarea de la escuela de promover el respeto a las convicciones de los demás sirve tanto para los que tienen una religión como para los que no tienen ninguna. Un ejemplo tipo: si un aficionado de un equipo de fútbol lleva banderas o se pone la camiseta de su equipo para ir a ver un partido, o lleva en el coche un almohadón con el escudo bordado, no está hiriendo a los que son de otro equipo, sino que tiene todo el derecho del mundo a que los demás participen de sus aficiones y, quien no sea de ese equipo, tendrá todo el derecho a llevar los mismos signos sin que exista una incomprensión por parte del primer aficionado. ¿No sería un abuso de la autoridad que obligara a que todos fueran al campo vestidos de gris, sin banderas ni camisetas? Tiránico sería igualmente erradicar el fútbol de un país por el hecho de que a veces se produjeran altercados entre los forofos de los distintos equipos.
--Quizá lo que esté en juego en todo este mar de confusiones mediáticas sea el concepto de libertad.
--San Pablo hablaba de «la libertad que Cristo nos ha ganado» al redimirnos, liberándonos de la mayor de las esclavitudes: el pecado. La verdadera libertad es la de amar la verdad, es decir amar el verdadero bien. El pecado no libera, esclaviza. Si en uso de nuestra libertad ofendemos a Dios, nos ofendemos a nosotros mismos, y esa sería -como dice Juan Pablo II- una libertad que necesita ser liberada. Si alguien pretende impedir o recortar el ejercicio de la libertad en ámbitos legítimos, estará realizando una invasión abusiva. Los cristianos decimos no a esos extremos, y procuramos seguir lo que nos enseñó Nuestro Señor Jesucristo: «la verdad os hará libres».
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