Como un torrente que crece
Como un torrente que crece
Ya nos vamos acercando a esa fecha en la que se conmemora el nacimiento de Jesús en Belén, donde la cuna que lo recogió fue un pesebre. Cuna dura, desprovista de lo más elemental que cualquier madre, por muy escasos que sean sus medios, desea para su hijo. Es esa una fecha, la de la Natividad, en la que la sensibilidad humana se enfoca, de forma especial, hacia el cariño que merece el ser humano desde sus primeros instantes de vida en el seno materno y hasta desde antes, desde que en los corazones de los esposos arde la llama de su unión; llama de vida, llama de entrega, llama de generosidad, llama que se agiganta como un torrente que crece jubiloso abriéndose camino entre duras rocas y desniveles del terreno, buscando su destino, al final de su camino, para entregar sus aguas con total generosidad.
Esa llama de vida no debe apagarse nunca, por muchas que sean las dificultades que agobien el ánimo. Debe tomarse como ejemplo la cuna de Jesús. Lo importante es la vida de un nuevo ser humano y no la riqueza o vistosidad de la cuna y de las vestiduras que lo acojan y envuelvan. Los esposos se unen por amor y éste tiene su culminación en el nacimiento de los hijos, que son como esos torrentes que llegan al final de su camino entregando todo ese inmenso potencial que es la vida. Una vida que estrena su andadura en un ambiente que desconoce y que tiene quebraduras con situaciones difíciles y duras que exigirán esfuerzos de la capacidad de reacción, de la paciencia y del amor que, de la mano de sus padres, haya aprendido a considerar y aplicar bien. No importa la cuna, sino el sereno amor de los padres.
Son muy pocos los días que faltan para Navidad; para el día en que se conmemora el nacimiento de Jesús en Belén y para cuya celebración se ha preparado mucha gente, de distintas edades y razas. Sus sentimientos personales se afinan en estos días pues la Navidad es una llamada seria y profunda al sentir humano. En todas ellas y también en todas aquellas otras que se encuentren alejadas, o sean desconocedoras, del verdadero mensaje navideño se presenta, una vez más, la llamada que se nos hace desde la humilde cuna de Jesús para que nuestras vidas sean como torrentes que crecen jubilosos llevando paz y amor a todas partes.
En esos pocos días de espera no debiera faltar un repaso serio sobre la forma en que se conduce nuestra vida; en la forma en que discurre nuestro esfuerzo vital; en la forma que empleamos la fuerza de nuestro ser. Tal vez dejamos sin aportar mucho de lo bueno que toda persona es capaz si ama con sinceridad. En el pesebre de Belén nació un torrente de amor que no deja de crecer. Nuestro amor a esa humildad de Jesús puede motivar torrentes de paz.
La vida de toda persona puede ser como un torrente en crecida, que aporta fuerza a todo lugar que llega. Solo se necesita sencillez, humildad y amor a los demás.
Manuel de la Hera Pacheco.- 20.Diciembre.2006
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