Tres "conflictos" distintos y una sola víctima verdadera esta Navidad
Tres "conflictos" distintos y una sola víctima verdadera esta Navidad
Palestina, el Líbano e Irak padecen males similares ante una situación internacional donde la paz que mueve a Zapatero es sólo una palabra, y los cristianos resultan ser siempre víctimas.
Hoy nace Cristo, pero en el mundo no hay paz. No es una novedad, porque así ha sido desde que el mundo es mundo y así será hasta que deje de ser; la propia y sabia tradición cristiana está muy lejos de todo utopismo pacifista, y prefiere solucionar de modo práctico los problemas reales de la gente concreta. Aunque Zapatero no lo haya entendido, la meta no es la Paz, perfecta y abstracta –que además no es de este mundo- sino la búsqueda de paz posible allí donde hay dolor y muerte.
En Palestina no hay paz. No la hay porque ni se recuerda cuándo la hubo, y no se debe al enfrentamiento entre unos Buenos maravillosos y unos Malos perversos: hay muchos intereses, bandos y opiniones, no sólo étnicos ni religiosos, entreverados hace milenios. Los judíos más o menos radicales, hoy con Ehud Olmert, y los árabes, pero también chiíes y sunníes, laicos en Al Fatah con Abu Mazen (Mahmud Abás) contra integristas de Hamas con Ismael Haniye, y así sucesivamente. Una guerra con múltiples combinaciones, y una sola consecuencia constante que complace a todos los que hoy tienen las armas: la discriminación, el exterminio o el exilio de los cristianos de Tierra Santa, siempre víctimas. ¿Es esto, sea paz o guerra, lo que los españoles quieren y el Gobierno de Juan Carlos I debe proteger?
En Líbano, una versión corregida y aumentada de lo mismo. Pero no nos dejemos considerar por abstrusas consideraciones económicas, estratégicas o ideológicas que sólo pueden complacer en un despacho con calefacción a miles de kilómetros de distancia. La única consecuencia constante de todos los conflictos habidos en Líbano desde 1918 ha sido el empeoramiento de la posición de los cristianos, jalonado por el sacrificio de los varones de la familia Gemayel y ahora acompañado del riesgo que corren los soldados españoles. He ahí las víctimas, también cristianas, también cercanas por varias razones a España, también olvidadas.
¿Y Mesopotamia? Irak podría ser distinto, desde luego, pero el fracaso imperial de Estados Unidos, que tantas incomprensibles e infantiles alegrías produce en quienes viven a la sombra de ese imperio, tendrá muchas consecuencias, de las que la primera está siendo la huida de las milenarias comunidades cristianas y hasta católicas. ¿Gana algo España con esa situación, de la que en parte es responsable por la huida gallinácea de Zapatero? ¿Será el futuro más justo o más pacífico? Probablemente no, y con seguridad será un futuro aún peor para quienes hoy, como nosotros, celebran la Navidad.
Cristo ha nacido para todos, pero corresponde a los cristianos anunciar esa noticia de paz, y hacerlo en paz, y crear la paz –con la justicia- allí donde estén. En torno a los Santos Lugares tres conflictos complejos y crueles rompen la paz, y allí donde Cristo nace mueren cada día hombres y mujeres en Su nombre. A los cristianos occidentales de nuestro tiempo nos cabe sobre todo una responsabilidad que nos será exigida antes o después: suceda lo que suceda el siglo XXI no puede ser el de la desaparición del nombre de Jesús de las tierras que van del Nilo al Tigris. Todo lo demás –poder, riqueza- importa menos ante el sufrimiento de estas víctimas olvidadas por todos.
Pascual Tamburri
El Semanal Digital, 25 de diciembre de 2006
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