Reflexión: La finalidad de la educación
Reflexión: La finalidad de la educación
Carta pastoral del arzobispo de Valencia, monseñor García Gasco. - 05/11/2004
La diferencia entre un Estado al servicio del bien común y un Estado que se sirve del bien común para otros intereses se muestra claramente en el sentido que otorga a la educación. Un Estado al servicio del bien común sabe que su cometido se encuentra en poner los medios para que los ciudadanos alcancen su plenitud y avancen hacia su felicidad. Un Estado que se sirve del bien común busca que las personas se sometan a los proyectos particulares del gobierno, impone su concepción ideológica del bien común.
Los Estados que sirven al bien común favorecen la libertad en la educación: no quieren imponer su imagen del mundo, sino permitir que las personas se desarrollen ejerciendo su inteligencia, su libertad y su solidaridad. Los Estados que se sirven del bien común buscan el monopolio en la educación, conseguir una escuela y una universidad uniforme y monocolor para controlar mejor a la sociedad.
Las democracias parlamentarias y de mayorías que conocemos y que nos rigen, no garantizan que los gobiernos sirvan al bien común. Por eso las constituciones, como la nuestra de 1978, aparecen como textos más nobles que recuerdan a las mayorías de un determinado momento cuáles son los compromisos con el bien común y los derechos humanos que no se pueden olvidar sin vulnerar la propia lógica democrática.
Cada día resulta más urgente reivindicar el derecho a la educación en toda su extensión. Los padres de familia, así como todos los ciudadanos no debemos contentarnos con que el Estado garantice los recursos que permitan la educación para todos, ni siquiera con que se predique que sea una educación de calidad. Estamos en nuestro derecho de exigir que la educación sea verdadera, es decir, ajustada a la dignidad de cada ser humano. Y para que la educación sea verdadera es imprescindible plantearse su finalidad.
¿Para qué educamos? ¿Cuál es la finalidad de la educación? Un Estado de Derecho, una democracia constitucional que reconoce los derechos humanos no tiene más que una respuesta a esta pregunta: para que todos alcancemos nuestra dignidad de personas y gocemos con ella, especialmente aquellos que parten de situaciones objetivamente más difíciles por razones económicas, sociales, culturales o de salud.
Ahora bien, los seres humanos somos libres, elegimos lo que queremos ser en la vida, nos dotamos de una personalidad a través de nuestras acciones voluntarias, de nuestros hábitos y de nuestras virtudes. Los Estados deben favorecer la libertad en educación para que la dignidad de la persona no sea un mero eslogan que no se cumple.
La Iglesia reivindica la libertad en la educación, en la escuela, en los servicios sociales y en la universidad porque considera que el ser humano solo es feliz cuando reconoce con inteligencia y elige con libertad su propia vocación. La plenitud humana no se puede imponer jamás por la fuerza, sino que ha de proponerse siempre con libertad.
Arremeter contra la religión, contra el cristianismo, ni ayuda a la libertad ni ayuda a la felicidad de los ciudadanos. Hoy, en Europa, desde el poder político se siente con excesiva frecuencia la tentación de promover actitudes que persiguen intelectual y políticamente a los creyentes. De estas actitudes no sale nada bueno.
La educación tiene una finalidad que no depende del Estado, ni de las ideologías en el poder. El compromiso con la educación es compromiso con la libertad y la felicidad de aquellos que educamos. Sin este compromiso es imposible educar.
Con mi bendición y afecto,
+ Agustín García Gasco
Arzobispo de Valencia
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