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Zancadillas

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Es muy grande la satisfacción que produce en infinidad de gente que se sienta a ver - a vivir diríamos mejor - un esperado encuentro entre dos grandes equipos de fútbol, como ocurrió el sábado pasado. El FC Barcelona y el Real Madrid tenían una cita en el campo de aquél, que se llenó de gente, y los demás ocupamos sitio ante la TV. Muy buen comienzo y la sorpresa surgió enseguida, a los cinco minutos, con un gol del Real Madrid. Excelente gol que hizo aumentar, más si cabía, la expectación inicial. El juego era limpio, de poder a poder y con inteligencia, hasta que uno de los jugadores perdió el sentido de la deportividad y se dedicó a poner zancadillas, duras y peligrosas, a los del equipo contrario. El árbitro del encuentro no dudó en hacer justicia y lo expulsó del encuentro.

Es feo eso de las zancadillas. En el fútbol se ve muy claramente cómo se deshace el espíritu deportivo y también el desarrollo de los encuentros, cuando alguien las emplea para disimular su falta de calidad y el desconocimiento de mejores cualidades para hacerse con el balón, y algo parecido ocurre en otras actividades, algunas de suma importancia para el buen gobierno en la sociedad y para el desarrollo lógico y ordenado de ella. Claro que en éstas actividades ocurre que no está bien diferenciada la labor del árbitro y, por ello, los de las zancadillas siguen haciendo su juego, que no es el que en justicia corresponde hacer. Es más, el árbitro a veces se olvida de su función primaria y se dedica a ocupar plaza entre los que, día a día, han de ir laborando por el debido respeto y ajuste de unos y otros en la sociedad y hasta hace zancadillas. El juego, así, se hace sucio y las zancadillas están a la orden del día.

Así no es que el juego decaiga, sino que se hace imposible. Las zancadillas se suceden unas a otras y, al contemplar la acción, mucha gente dice para sí y también para los demás que esa no es la forma adecuada para que en la sociedad - la de todos - se mantenga siempre el más alto nivel de dignidad - el de los seres humanos libres - y el desarrollo que corresponde a seres inteligentes, capaces de abordar y resolver los problemas de cualquier tipo que existan o que puedan plantearse en el futuro próximo y también a medio plazo, que es índice de una sociedad bien asentada, segura y creativa, sin el temor de que una aviesa zancadilla la inutilice o le haga perder la fe en sí misma. Es fundamental el juego limpio.

Cuando en la sociedad aparecen muestras serias de descontento por los errores que se cometen -alguna que otra zancadilla y juego sucio - es necesario que haya la debida corrección. A veces bastará con una amonestación. una tarjeta amarilla, pero si hay alguna reincidencia, por parte de alguien, se hará necesaria la tarjeta roja para que las cosas mejoren.

El sábado vimos un excelente partido, entre dos grandes equipos, después de haber mostrado una merecida tarjeta roja. Quedaron empatados. Ninguno perdió.

Manuel de la Hera Pacheco.- 12.Marzo.2007

 

 

Tomado
de Andalucía Liberal

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E-mail:
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