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La pobreza de los valores humanos

La pobreza de los valores humanos

César Fernández Márquez

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Es verdad que de nada sirve fomentar el cultivo de virtudes en la familia y la escuela, si es que la sociedad no ayuda a construir un escenario coherente mediante el buen ejemplo de sus líderes. Como dice un proverbio africano: para educar a un niño, se necesita toda la tribu. Lo cuál representa la necesidad de involucrarnos todos en este encargo de ser mejores ciudadanos, políticos, profesionales, padres, maestros, estudiantes,..., ser mejores personas. Para educar necesitamos a la familia, la escuela, los medios de comunicación, la iglesia; pero sobre todo modelos a seguir y principios claros que nos vislumbren un norte ético por donde orientarnos. Demandamos que todos los agentes sociales e instituciones públicas y privadas se comprometan en esta tarea si de verdad pretenden ayudar a que la persona trascienda en esta vida.

Educación no es sinónimo de escuela, pues su campo de acción y efecto es mucho más amplio; no se restringe a una etapa de la vida (la escolar), sino a todas las facetas y momentos de nuestra existencia. Muchos piensan que dada la crisis moral que afecta a la sociedad actual es iluso y utópico generar cambios. Y ello me hace recordar lo que el escritor argentino Jorge Luís Borges precisó en una conferencia en el Perú hace ya varios años atrás, después de que un alumno escéptico le preguntó el porqué querer cambiar las cosas si tal como estaban, resultaba imposible de revertirlas. A lo cuál el acertado escritor respondió que los caballeros de verdad nos ocupamos de recuperar las causas perdidas. Y una de ellas es ese volver a creer en nosotros, en que sí somos capaces de transformar esta sociedad que agoniza gradualmente producto de una enfermedad moral nefasta.

Por tanto, no es lógico hablar de crisis de valores, como si existieran personas que no los poseen. Todos tenemos algo de bueno. El problema no es la inexistencia de los valores sino una falta de voluntad para ejercerlos. Y si la sociedad no ha sido capaz de educar a quienes conviven en ella, entonces no podemos quedarnos espectando pasivamente esta situación como si fuera un espectáculo ajeno o quizás esperando que alguien llegue a solucionar los problemas con fórmulas menos entendibles. Sino más bien, después de haber pensado qué queremos, ponernos a trabajar el cómo hacemos para que esta sociedad deje de ser tan mediocre moralmente como lo ha sido hasta ahora.

La responsabilidad de cambiar este mundo depende de cada uno de nosotros. No soslayemos la oportunidad que tenemos cada día de redescubrir nuestros talentos y ponerlos al servicio de los demás.

Es verdad que los dirigentes en los últimos años han brindado el peor ejemplo para las futuras generaciones, pero si esperamos a que ellos cambien, quizás nuestras esperanzas se vean extinguidas. Por ello, cabe reflexionar sobre la inigualable ocasión que tenemos de aportar con un esfuerzo genuino y un talante firme en la reconstrucción de esta sociedad que tanto nos necesita.

De la misma forma como exigimos que los adultos brinden buenos ejemplos a los neófitos, también demandamos que el cultivo de virtudes, el cumplimiento de unas normas y deberes se enmarquen en una perspectiva trascendente. De lo contrario nuestros esfuerzos serán en vano y quedarán limitados respecto a sus expectativas de desarrollo humano.

El término más idóneo para definir este compromiso, es el de una sociedad educadora que se haga responsable de la formación humana y académica de quienes habitan en ella. Dime cómo educas a tus ciudadanos y te diré qué tipo de sociedad eres. Dime qué haces ahora por educar a quienes te rodean y te diré qué tipo de persona eres. La educación no sólo le corresponde al maestro de escuela, sino al empresario, al político, al vendedor de frutas, al barrendero, a la ama de casa, etcétera.

Nuestras islas no es pobre en recursos naturales sino en virtudes humanas. La injusticia no es sólo social sino personal, porque pocos son consecuentes consigo mismo, como para reconocerse imperfectos y a la vez sentirse en la necesidad de corregir sus errores. Si algún día caemos ¿Porqué no podríamos volver a levantarnos?

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