ZP o la mediocridad en el poder
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Artículo de Pablo Sebastíán en ED.
La sonrisa del vampiro
Los espías infiltrados en el palacio de la Moncloa están levantando acta sobre los últimos acontecimientos ocurridos en palacio, donde por fin se confirma que el fantasma del poder ha invadido el cuerpo de Zapatero y ofuscado su alma hasta límites insospechados, para pasar del optimismo de la sonrisa a los cambios inesperados de carácter, malos modos, salidas de tono, maltrato a colaboradores y desprecio y mirada amenazante a ministros en el propio Consejo de Ministros, donde prácticamente se ha prohibido el debate político y cualquier pregunta sobre ETA, Cataluña o cualquier caso de interés y tensión nacional se convierte en intocable porque el presidente se enfada y concluye los debates pidiendo la fe ciega en él, que es el que lo sabe todo.
Naturalmente, este presidente hortera y gritón en el palco de la final del Barça —Zapatero el del bombo— también tiene aduladores devotos en palacio y en el PSOE que siguen en la idea de que el presidente es un genio y no un pelele al que le cayó el poder en las manos el 14M y que no sabe a dónde va. Le hacen la pelota algunos hasta límites insospechados. La tal Gimena dice que él y Sonsoles lloraron el día que ETA anunció la tregua de emoción, y que el presidente le dedica cuatro horas y media a este asunto. ¿Y al Gobierno? Pues muy poco, porque luego juega al mus, ve el fútbol y se ocupa de los medios de comunicación, que es su otro divertimento.
O sea, que ha convertido el Gobierno en un parvulario donde Solbes está tragando quina Santa Catalina y donde Rubalcaba, recién llegado, no sale de su asombro sobre lo que ve, oye y ocurre a su alrededor. Varios ministros no han despachado nunca directamente sus más notorios asuntos con el presidente y la mayoría empieza a tener miedo de la sonrisa más que letal del nuevo poseído, por el fantasma del poder, del palacio de la Moncloa. Caldera dicen que está en desgracia, como Sevilla o López Aguilar, que se ve montado en Cádiz en un cayuco camino de las elecciones autonómicas Canarias, por más que se resista y una vez que Pumpido por un lado y Rubalcaba por otro lo han echado de la negociación con ETA, en la que sobra el ministro de Justicia porque precisamente eso, la Justicia, es lo que hay que bordear.
Y de las ministras de turno, ni les cuento. La cuota femenina del Gobierno, con excepción de la vicepresidenta, que dice que “sí” a todo lo que propone el presidente, está tan ausente como la propia deliberación política del Consejo de Ministros, que ha sido reducida a cero. Sobre todo desde que se fue Pepe Bono, que algo decía para que quedara constancia para la Historia, y tras cuya marcha Zapatero vivió una jornada de euforia como diciendo para sí y para su corte de pelotas “¡de buena nos hemos librado!”.
No sabemos qué es lo que pensará Bono desde su exilio manchego, pero a lo mejor es lo mismo que piensa Zapatero, aunque al revés: ¡que de buena se ha librado él! escapándose de ese Gobierno que ha puesto a España en almoneda y que no sabe dónde va. En todo caso, el chico de la sonrisa empieza a enseñar los colmillos. Es la sonrisa del vampiro, la media sonrisa mezclada con el mal carácter con el que intenta disimular su insolvencia política y cultural. Lo malo de todo esto es que mientras el vampiro continúe en el poder seguirá con los destrozos imparables y de los que ya son conscientes ministros y dirigentes del PSOE, amén de poderes fácticos de su entorno. ¿Por qué no lo denuncian, controlan o lo echan? Sencillamente por no perder el poder.
En Cataluña consiguieron atraparle con una ristra de ajos y tenerlo encarcelado en la cripta de la Moncloa hasta que consiguieron cambiar el socio, CiU en el lugar de ERC. Pero el vampiro se ha escapado, sigue haciendo de las suyas y ahora anda chapoteando por las cloacas de la Moncloa, moviendo a Eguiguren en Bilbao y a Pujol en Suiza, a ver si Batasuna y Ternera le dicen a algo que sí. El vampiro está contento porque ha ganado el Barça y porque ha estado dando saltos en el palco de París. Allí se le vio la categoría, sus buenos y verdaderos modales, su savoir faire. Ése es Zapatero y no el chico de la sonrisa que anda suelto por ahí.
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