Maquiavelismo pacifista
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Ignacio Sánchez Cámara
EL Gobierno declara que ha verificado la intención de la banda terriorista ETA de abandonar definitivamente las armas. ¿Cómo se verifica una intención? Es ésta una cuestión más propia de las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein que para ser encomendada a Jose Luis Rodríguez Zapatero o Alfredo Pérez Rubalcaba. ¿Basta con que se declare? Es evidente que no. ¿Es necesario comprobarlo mediante el comportamiento del declarante? Entonces, habría que esperar, pero ¿hasta cuándo? ¿Cuándo puede uno estar seguro de que alguien no va a volver a recurrir al terror? Tal vez, habría que exigir el arrepentimiento, la petición de perdón, la entrega efectiva de las armas con todas las garantías (y esto es especialmente relevante) y la integración en la vida política democrática normal.
Como es evidente que todo esto no se ha producido, podemos preguntarnos qué es lo que ha verificado el Gobierno. No parece que el Ejecutivo haya verificado nada, sino más bien parece que ha optado por actuar como si lo hubiera verificado. Y, mientras, asistimos atónitos a una trágica farsa, en la que el Gobierno parece obsesionado en complacer a los terroristas, mientras éstos se complacen en humillarlo. El Derecho ya no vale, y la división de poderes es escarnecida.
La banda terrorista exige al Gobierno todo el incumplimiento de la ley para mantener la tregua o el alto el fuego indefinido. Una tregua o alto el fuego definitivo es una contradicción en los términos. Por si quedaba alguna duda, la banda terrorista ETA lo deja claro: si Arnaldo Otegui es detenido, el “proceso de paz” concluirá.
Las dos partes hablan de “proceso de paz”. Una vez más hay que recurrir al análisis lingüístico. No hay proceso de paz, si no hay previamente una guerra. Que la banda terrorista ETA está en guerra es evidente. Pero creíamos que el Gobierno de la Nación, no, sino que se limitaba a combatir el terrorismo con toda la fuerza de la ley. Pero, al parecer, estamos en guerra. Y una guerra es un conflicto armado entre dos pueblos o ejércitos. Extraña guerra es ésta en la que una parte mata y aterroriza y la otra administra Justicia. No hay “proceso de paz”. Sólo necesitan rosas blancas las tumbas de las víctimas.
De momento, la batalla del análisis lingüístico la gana el terror. Acaso también pueda ganar la otra. Cuando dos partes entablan una negociación (y ya es aberrante que exista una negociación entre una banda terrorista y un Gobierno democrático), es normal que comiencen por asumir posiciones extremas u objetivos máximos para luego ceder.
Las “reivindicaciones” de la banda terrorista ETA son conocidas: libertad de los presos, legalización de Batasuna, autodeterminación del País Vasco y anexión de Navarra. ¿Alguien cree que cederán en alguna de ellas? ¿Qué va a negociar, entonces, el Gobierno? Apliquemos un poco de lógica. O han abandonado la vía criminal o no. Si la han abandonado, ya está el este problema resuelto. Si no lo han hecho, estamos como estábamos. Cabe que no lo hayan hecho, pero que puedan hacerlo. Y entonces, ¿cuándo y a cambio de qué?
Por lo demás, no se puede decir sin faltar a la verdad que lo que está haciendo el Gobierno actual es lo mismo que han hecho todos los anteriores. Ahora estamos ante una especie de maquiavelismo “pacifista”, según el cual el fin (la “paz”) justifica los medios. El maquiavelismo pacifista es el triunfo de los lobos y la derrota de los corderos. El cordero debe ofrecer mansamente su cuello a los lobos, en pro de la paz, de una paz cruenta y sepulcral. Es el mundo al revés: el violador pacifista y la violada belicosa. El pacifismo descarriado es el mejor combustible de las guerras.
Gandhi afirmó que no hay un camino hacia la paz, sino que la paz es el camino. Este camino es muy sencillo: consiste en que todo aquel que recurre a la violencia para obtener sus fines, deje de hacerlo. Naturalmente, sin recibir a cambio el pago de la victoria, pues entonces gana la violencia.
Todo parece indicar que el Gobierno ha emprendido el camino del maquiavelismo pacifista, según el cual todo vale si se acaba con el terror. Claro que aún es posible otra hipótesis más inquietante en la que no creo y no quiero creer: que el Gobierno, por alguna razón oculta, sea rehén de la banda terrorista. En cualquier caso, cabe hacerse una pregunta (ciertamente, retórica): ¿A quién prefiere la banda terrorista ETA en el Gobierno de España, al Partido Popular o al Partido socialista? Y aún otra: ¿por qué?
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