La Europa de los hijos fundadores
Antonio R. Rubio Plo
Historiador y analista
de relaciones internacionales
http://www.analisisdigital.com/Noticias/Noticia.asp?id=12909&idNodo=-5
Pasó el Consejo Europeo de Bruselas y termina la presidencia austriaca de la UE sin decisiones significativas. Los resultados negativos de las consultas sobre la Constitución europea en Francia y Holanda siguen pesando como una losa, por mucho que se afirme que hasta el momento 15 países han ratificado el texto, en su mayoría por la más cómoda vía parlamentaria. Algunos siguen pensando que es una cuestión de esperar, sobre todo a las presidenciales francesas, a cuando Chirac haya sido desalojado del poder por Sègolone Royal o por Sarkozy. Pero los problemas europeos de fondo no se solucionarán sólo por el recurso a las urnas. Los hechos nos muestran que una oleada de nacionalismo, en términos de interés nacional o estatal, recorre la geografía de la Unión, y eso sin referirnos a los nacionalismos irredentos que ven en el referéndum de Montenegro –y en el futuro estatuto de Kosovo- una oportunidad y una confirmación de que la UE aceptará un proceso secesionista si no hay violencias o guerras por medio. Pero el nacionalismo que ahora mismo paraliza la construcción europea es el del interés de los Estados que ponen trabas a la libre competencia o a la ampliación. Asistimos a una especie de “renacionalización” de la política europea, en la que los intereses particularistas –que siempre han existido- se reactivan hasta un grado desconocido. No es exagerado decir que aquellas organizaciones europeas nacidas hace más de medio siglo –las inspiradas por Schuman, Adenauer, Spaak o De Gasperi-, lo que se ha llamado la Europa de los padres fundadores, parece quedar muy lejana. Téngase en cuenta que en la posguerra, la construcción europea fue obra de democristianos, socialdemócratas y liberales, que querían dejar atrás las tragedias y barbaries ocasionadas por los nacionalismos agresivos. Sin embargo, al contemplar el panorama político europeo actual, ¿por qué coordenadas circulan la democracia cristiana, la socialdemocracia o el liberalismo? Las ideologías se difuminan al tiempo que los grupos parlamentarios europeos crecen o se atomizan. Hay que coincidir con el politólogo francés Yves Bertoncini en que estamos viviendo en la Europa de los hijos fundadores, y así ha titulado uno de sus libros.
En esta Europa de los hijos fundadores, desprovista del manual de viaje que hubiera sido la Constitución europea, las instituciones parecen funcionar como si de un piloto automático se tratara, pero pierden lentamente velocidad y altura. La Comisión propone, el Parlamento debate y vota, y el Consejo se reúne. Lo más preocupante es que la Comisión, el órgano europeísta por excelencia y la guardiana de los tratados, haya perdido su autoridad política. La encargada de defender el interés común está afectada en su composición por un cierto nacionalismo: cada Estado tiene su propio comisario, lo que hace que sean veinticinco y alguno más, tras la próxima entrada de Rumania y Bulgaria. Por ejemplo, no ha podido evitar la Comisión que algunos países alteraran en beneficio propio las reglas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Este órgano europeo parece haberse quedado reducido, según el eurodiputado francés Alain Lamassoure, a una especie de “supersecretaría” del Consejo. Todo son labores de gestión que hacen que el aparato no se estrelle. No se caerá pero la Unión languidecerá por falta de entusiasmo o de interés. Será el triunfo de la burocracia del día a día mas no se adivina ninguna estrategia que a medio plazo ayude a salir del marasmo.
En cualquier caso, la UE ha congelado prácticamente su capacidad de decisión hasta la presidencia alemana del primer semestre de 2007. Berlín –es decir, Ángela Merkel- es la gran esperanza europea y el único punto de referencia en un angosto camino. Poco o nada se puede esperar de París, Londres, Roma, Madrid o Varsovia..., bien por sobredosis de interés nacional, mera incapacidad o graves problemas internos. Acaso en el Consejo europeo de junio de 2007 sea el momento de dejar atrás las ambigüedades y certificar la muerte de la Constitución, y empezar a pensar en un nuevo tratado que pueda adaptar las instituciones europeas a la realidad actual. Un tratado como los de Maastricht, Ámsterdam o Niza. Más valen los pequeños pasos que las retóricas grandilocuentes.
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