La tentación totalitaria
La tentación totalitaria
Josep Miró i Ardèvol
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El respeto a los homosexuales no se gana promoviendo su “visualización”, sino educando en el respeto a todas las personas por ser personas.
El pasado miércoles se votó en la comisión correspondiente del Congreso de los Diputados una proposición no de ley del PSOE que establece una nueva fase en la imposición del modelo de homosociedad. En esta ocasión la victoria gubernamental fue muy justa 20 votos a favor ( con los de IU y ERC) y 16 en contra ( PP y CiU) mientras que Coalición Canaria y PNV se ausentaron para evitar pronunciarse.
Lo interesante de esta proporción radica en la explicitación de la ideología subyacente del gobierno Zapatero: no es suficiente con la “igualdad jurídica” sino que es necesario desarrollar una política de fomento para que la homosexualidad se haga más visible. En este caso concreto, dicha política pretende aplicarse a la escuela, de manera que se fomenten “las capacidades afectivas del alumnado” y “se establezcan medidas en el sistema educativo con relación a la diversidad afectivo-sexual”. La homosexualidad considerada como colectivo homogéneo (lo cual es objetivamente falso porque dicha condición no evita el lógico pluralismo interno común al conjunto humano) que debe ser fomentado desde el estado.
Una vez más el gobierno juega a la confusión entre dos cuestiones bien diferentes. Una, la del respeto a toda persona en razón precisamente de esta condición, sea o no homosexual, sea cual sea el color de su piel, sus creencias, incluso con independencia de si es un recluso o un ciudadano libre.
La dignidad de la persona es inherente a ella y, por consiguiente, inherente es también el respeto. Al “otro” no se le considera porque sea homosexual o, católico, o discapacitado, sino por una razón común superior, el ser persona, sin más.
El gobierno al actuar de esta manera hace algo terriblemente peligroso: Segmenta el respeto e indica con el poder del estado la prioridad, a través de medidas que fomenten la difusión positiva de su naturaleza.
Cuando ensalza a un grupo y no a la persona, lo que perpetra es el mensaje contrario con relación a los restantes grupos, los heterosexuales en esta ocasión: Esto es una perversión de matriz totalitaria.
Los gobiernos no pueden otorgar prioridades específicas que alteren el principio fundamental de reconocer y proteger por igual el respeto a las personas –a todas- por el solo hecho de serlo. Ese es la educación que necesitan nuestros escolares y, que hunde sus raíces en nuestra tradición filosófica.
El respeto a los homosexuales no se gana promoviendo su “visualización”, que instintivamente llama al rechazo, sino educando globalmente en la aceptación y respeto a todos los demás.
La discriminación implícita que se comete es ya perfectamente visible en la práctica, donde se da un respeto asimétrico. La persona de segunda categoría es en este caso el cristiano. Sus creencias pueden ser objeto de burla, de mofa, de escarnio y, sus organizaciones calificadas con voluntad de prejuicio, sometiendo a sus sujetos a un trato denigrante.
Baste recordar hechos tan recientes como los que han protagonizado Leo Bassi o la obra “Me cago en….”, o las provocaciones que se están desarrollando en Valencia a causa de la próxima visita del Papa. Todo ello subvencionado por la propia administración socialista.
Es evidente que si el objeto de la mofa de estas obras no fuera lo católico sino lo homosexual se estaría hablando de homofobia, y con razón. Pero esa misma fobia funciona pagada con el dinero de todos contra los católicos.
Esa es la demostración del trato desigual, que entraña la política del gobierno. El de una mentalidad de totalitarismo “soft” que se va acrecentando y que ya traspasa el límite de lo socialmente peligroso.
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