Noticias frescas: Zapatero y Cebrián quieren explicarnos lo que fueron la Guerra Civil y el Franquismo
Noticias frescas: Zapatero y Cebrián quieren explicarnos lo que fueron la Guerra Civil y el Franquismo
Jesús Cacho
Miércoles, 19 de julio de 2006
Joaquín Leguina, miembro de esa vieja guardia del PSOE arrinconada por el ímpetu revolucionario del hombre de la eterna sonrisa, sufrió el lunes un ataque de sentido común al hablar de esa ‘Ley de la Memoria Histórica’ que prepara el Gobierno, y vino a decir que “abrir este debate no tiene mucho sentido”, vamos, que es un verdadero disparate, que es lo que piensan millones de españoles de derechas y de izquierdas, porque lo que habría que hacer, en caso de que sea preciso hacer algo, en torno al enfrentamiento entre españoles que supuso la Guerra Civil sería “cerrar definitivamente el debate”. Por una vez, y sin que sirva de precedente, de acuerdo con el señor Leguina.
Para el presidente de la Comisión de Defensa del Congreso, el citado Leguina, la tal memoria histórica se recuperó sobradamente durante la transición, como prueba la “enorme cantidad de libros” que se han escrito sobre asunto tan capital, por no hablar de tesis doctorales, artículos periodísticos y demás. Momento adecuado para precisar que sin duda estamos ante un problema personal del señor Zapatero, que aparentemente no ha leído nada, no ha oído nada y no se ha enterado de nada, cosa explicable en un diputado que estuvo 17 años calentando sillón en el Congreso de los Diputados sin que lo conocieran más allá de su familia y cuatro amiguetes.
Dice el refrán castellano que “cuando el diablo no tiene qué hacer, con el rabo espanta las mocas”. Al ágrafo Zapatero se le acumula el trabajo, cierto, pero en sus ratos libres y desde el alto sitial que ocupa en Moncloa, se despierta tras años de meritoriage y cae en la cuenta de que, diantre, hubo una Guerra Civil, sí, y hay que desenterrar a los muertos, leñe, reivindicar el glorioso -para él- papel de la II República, y hasta hacer una Ley específica, ni más ni menos, como si tras la muerte de Franco en un ya lejano 1975 no hubiera habido en España un Gobierno socialista durante casi 14 años, amén de otros Gobierno igualmente democráticos.
En el empeño por remover la mierda, con perdón, el señor Presidente cuenta con el apoyo inconmensurable de Juan Luis Cebrián, que ayer publicó en El País una encuesta encargada para la ocasión según la cual el 64% de los españoles quieren revolcarse de nuevo en el detritus, quieren que se investigue –porque hasta que no lo cuente Cebrián nadie sabrá realmente nada- la Guerra Civil y lo que ocurrió en el franquismo, y la verdad es que nadie mejor para explicarlo que el propio Cebrián, que en vida de Franco fue director de los servicios informativos de RTVE, el hard core del aparato de intoxicación y propaganda del Régimen, aunque también podría decir algo el señor Polanco, distinguido flecha del Frente de Juventudes que fue en su tierna juventud.
Claro que Cebrián argüirá que si ocupó tan alto puesto en el aparato represivo del franquismo fue sin duda obligado, ya se sabe que a la fuerza ahorcan, que también a él le ocurrió lo que al inefable Haro Tecglen que en paz descanse, es decir, que les pusieron una pistola al pecho a la hora de aceptar el trinque, uno, y de escribir aquellas elegías que dedicó al invicto Caudillo, el otro, pero, ya digo: poca gente podrá explicar con más lujo de detalle, con más conocimiento de causa, la esencia del franquismo que Juan Luis Cebrián. Nos vamos a divertir.
Eso hacía Cebrián, servir al Régimen de Franco, mientras otros de su misma quinta militaban en el PCE que desde París dirigía el camarada Carrillo. Muchos de los militantes de aquella hornada no se sentían comunistas en absoluto. Simplemente se sentían antifranquistas, y por ello se creían moralmente obligados a hacer algo, a poner su pequeño granito de arena para acortar en lo posible la opresión que significaba aquel régimen sin libertades. Curiosamente, la inmensa mayoría de los que en vida de Franco se jugaron el tipo, pasaron página hace ya tiempo. El propio Carrillo decía ayer que “la España de hoy no se parece en nada a la de 1936”. También de acuerdo.
Son los que nunca estuvieron, los que se escaquearon, los Cebrianes de turno, los zapateros remendones que no se enteraron de nada, los que por acción u omisión colaboraron con el franquismo, quienes ahora quieren abrir las tumbas del recuerdo de aquellos años negros y sacar de nuevo a pasear los fantasmas colectivos, seguramente para borrar un pasado personal ignominioso, el habitual complejo de culpa de antiguos colaboracionistas, ahora burgueses acomodados, que les atenaza en la abundancia, un problema que, en todo caso, podrían resolver mucho más económicamente para ellos y más cómodamente para nosotros con unas sesiones de psicólogo o una simple terapia de grupo.
El año 36 dos Españas enfrentadas por siglos de atraso, incultura y resentimiento, dos trenes poseídos por el afán de dinamitar al contrario chocaron a toda velocidad sobre el paisaje de una Europa convulsionada por los fascismos de distinto signo, de derechas y de izquierdas. A partir del 75, los españoles de todas las tendencias, frescas las heridas provocadas en el recuerdo por cientos de miles de muertos de ambos bandos, decidieron, en un ejercicio de concordia que ha pasado a las páginas de la Historia moderna como un monumento al sentido común, enterrar el pasado y abrir las puertas a un futuro de convivencia.
De ese sentimiento nació la Constitución del 78. Los españoles hemos fracasado después a la hora de convertir la llamada Transición en una verdadera democracia, pero eso es harina de otro costal. Hoy toca decir que resulta sencillamente alucinante que un resentido con muchísimo poder como Cebrián, y un parvenu que se acaba de caer del guindo como Zapatero, quieran a estas alturas abrir las tumbas de la Historia para desenterrar los fantasmas del pasado, sacando de nuevo a pasear por valles y montañas a los tradicionales demonios familiares históricos de los españoles. Peligroso, muy peligroso. Váyanse los dos a freír espárragos y déjennos en paz.
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