DIVORCIO A LO LOCO (por José Jurado)
DIVORCIO A LO LOCO (por José Jurado)
He leído en la Revista Ciudad Nueva un estupendo artículo de mi amigo y compañero, Maximiliano Domínguez, sobre los estragos del divorcio en el que refleja su condición de jurista católico.
Parte de la definición de la ley que dio Santo Tomás como “Ordenación de la razón al bien común” que algunos confunden como “la voluntad del grupo victorioso”. Que eso es la democracia.
Y se lamenta de que la Ley del Divorcio “exprés”, en lugar de traer un bien aparente, no ha hecho otra cosa que aumentar el número de divorcios, favoreciendo las rupturas matrimoniales y restringiendo las posibilidades de reconciliación.
Hoy día, a las primeras de cambio, basta un simple disgusto para que resuene en los oídos de la esposa esa cantinela de “no lo aguantes, denúncialo”.
Y no existe en el proceso de divorcio un trámite, ni nada ni nadie que disuada a los esposos de romper el matrimonio .
El artículo de mi amigo Maximiliano me ha traído a la memoria un hecho que viví en mis ya lejanos años de Juez y que os ruego me permitáis contároslo:
Recibí un exhorto para separar “provisionalísimamente” a unos esposos. En aquellos tiempos existía este trámite que implicaba la constitución del Juez en el domicilio conyugal y requerir al esposo para que lo abandonara llevándose su ropa y sus enseres personales.
Señalado el día y advertidos los esposos, me constituí en el domicilio con el Secretario, Letrados y Procuradores.
Al llegar a la casa me encontré que estaba invadida por multitud de personas, sobre todo por familiares políticos, que vociferaban increpándose y culpándose recíprocamente de la separación.
A pesar de que ordené, rogué y supliqué que desalojaran la casa y me facilitaran la labor, no conseguí que me hicieran el menor caso.
Hablé con los esposos y, a duras penas, logramos meternos los tres en un dormitorio sin Letrados ni Procuradores.
Les hice mil reconvenciones para que desistieran de su propósito puesto que eran relativamente jóvenes y tenían tres hijos, que iban a ser las verdaderas víctimas de su decisión. Me escuchaban con cara hosca y nada respondían. De pronto se abrió la puerta del dormitorio y entró llorando y gritando un niño de unos dos o tres años que llamaba desconsoladamente a su mamá. Era el hijo menor.
Los padres se abrazaron a él llorando y así estuvieron largo rato sin que yo saliera de mi sorpresa y sin poder contener la emoción. No puedo ocultar que me uní al coro del llanto.
Aquel niño salvó el matrimonio.
Ante aquel cuadro ¿quién podría evitar un esfuerzo más para disuadirles de que iban a dar un mal paso.
En mi interior maldije la Ley del Divorcio, las familias políticas, que en vez de unir separan, y al desventurado, que Dios tenga en la Gloria, que –presumiendo de ser demócrata cristiano y progresista- presentó la ley en el Congreso.
Como estaban próximas las Navidades, les indiqué que, si les parecía bien, suspendíamos la diligencia hasta después de Reyes a fin de que pasaran, por última vez, la Nochebuena juntos.
Los dos vieron el Cielo abierto y el esposo me dio tal apretón de manos que por poco me incapacita para firmar el acta.
Comuniqué la decisión a los Abogados y Procuradores y mostraron su conformidad a volver .... después de Reyes.
Aún oí algún que otro insulto dirigido al esposo.
Pasó el día Reyes, pasaron los días y los meses y los Magos hicieron a aquel matrimonio el mejor regalo: su decisión de no separarse.
Al cabo de unos años, ocho o diez (ya soy viejecito) hice con mi Parroquia una excursión a Lourdes. Cuando visitábamos Torre Ciudad, hice una foto al grupo de peregrinos y de él se destacó un matrimonio que me preguntó si los conocía. Les dije que no, y empezaron a contarme lo que os acabo de relatar
Naturalmente que los recordaba. Me dijeron que seguían unidos, tal cual los dejé, ¡y que tenían dos hijos más!
Aquello me llenó de gozo.
Es verdad, como dice Maximiliano, que si en el trámite del divorcio alguien –Sacerdote, Juez, familiar o amigo-les hablara llegándoles al corazón y al sentido común, no se darían los 85.000 divorcios del año pasado.
Y no estaría de más que hubiera Jueces católicos valientes (aunque “políticamente incorrectos”) que se atrevieran a dialogar con los esposos y, llegado el caso, poner en sus sentencias que el matrimonio canónico que contrajeron y pretenden dar por resuelto, queda incólume.
Yo (perdonarme la jactancia) lo fui en las cuatro sentencias de divorcio que he puesto en mi vida y me atraje, la perplejidad, la incomprensión y el hazmereir de algunos compañeros.
Dios les perdone su actitud ¡y su cobaedía!
26 Diciembre 2006
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