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Catedral cristiana, con todas las consecuencias

Catedral cristiana, con todas las consecuencias

Catedral cristiana, con todas las consecuencias
 
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José Luis Restán
2/1/2007

Con una nota amplia, sobria y contundente, el obispo de Córdoba Juan José Asenjo ha intentado cortar de raíz la operación cuidadosamente preparada por la Junta Islámica de España que preside Mansur Escudero para reabrir el añejo debate sobre el “uso compartido” de la Catedral de Córdoba, y forzar un desenlace que se busca desde hace años con todo tipo de maniobras.

El último paso de la “operación Mansur”, que ha forzado la publicación de la nota del prelado cordobés, ha sido el envío de una carta a Benedicto XVI a través de la Nunciatura apostólica, en la que la Junta Islámica se amparaba en el gesto de oración personal realizado por el Papa ante el mirhab de la Mezquita Azul de Constantinopla, para reclamar que los musulmanes puedan orar también en el espacio de la que fuera en su día gran mezquita de Al-Andalus. La misiva, que rezuma de todo menos inocencia, apela también a un supuesto beneplácito del presidente de la Conferencia Episcopal que ya fue contundentemente desmentido por la Oficina de Información de la calle Añastro, destacando que “Monseñor Blázquez no ha recomendado ni recomienda que los musulmanes recen de ningún modo en la Catedral de Córdoba”.

Una simple anécdota sirve para comprender el trasfondo simbólico-afectivo de todo este asunto en el mundo musulmán: hace pocos años, un enviado especial de la Cadena COPE a territorio pakistaní me comentaba cómo la gente se arremolinaba a su alrededor al saber que era español, y repetía con un brillo especial en los ojos: “¡Cúrdoba, Cúrdoba!”. Por otra parte, no es ningún secreto que en numerosas mezquitas del orbe islámico se continúa rezando hoy por la recuperación de Al-Andalus, y dentro de ese mítico territorio, el espacio de la antigua mezquita cordobesa es el centro simbólico que atrae todas las miradas. Por supuesto, la Junta Islámica rechaza en su carta que su petición esconda cualquier pretensión al respecto, y plantea la necesidad de apartar los miedos y las desconfianzas recíprocas, y de avanzar juntos (cristianos y musulmanes) en el camino de la adoración al Altísimo.

Cada cual puede conceder la credibilidad que desee a estos propósitos, pero ésta ganaría muchos enteros si la Junta proclamase al mismo tiempo el derecho de los cristianos a profesar libre y públicamente su fe en los países de mayoría musulmana, empezando por las diversas monarquías del Golfo, que financian con abundantes petrodólares las iniciativas culturales islámicas en la ciudad de Córdoba y sus alrededores. Pero en todo caso, hay un error de fondo que conviene aclarar. Aquí no se trata de establecer la posibilidad de que los cristianos recen en las mezquitas y los musulmanes en las iglesias: eso es algo absurdo y carente de interés para ambos, y el hecho de que el Papa, en el contexto especialísimo y solemne de su visita a la Mezquita Azul tuviera ese gesto de sensibilidad y aprecio hacia los creyentes musulmanes no puede utilizarse ahora torticeramente para justificar oscuras maniobras. De lo que aquí se trata es de la pretensión de revertir la historia, so capa de diálogo interreligioso.

Como explica la nota de Monseñor Asenjo, la espléndida mezquita cordobesa se construyó sobre la base y con los materiales de una basílica visigótica dedicada a san Vicente Mártir, unida a un complejo episcopal que data de un periodo comprendido entre los siglos IV y VI. La invasión musulmana destruyó este complejo y levantó sobre sus restos la mezquita que aún cautiva la nostalgia de millones de musulmanes, pero al ser conquistada Córdoba por Fernando III el Santo en 1236, el edificio fue de nuevo consagrado como Catedral de la sede episcopal cordobesa. La historia es así, y de nada sirve, ochocientos años después, lamentarse de que no fuese de otro modo. Por cierto: también la gran basílica de Santa Sofía, la iglesia mayor de la cristiandad oriental, fue transformada en mezquita, y las autoridades turcas son celosísimas de que ningún cristiano intente realizar en su interior una oración.

En todo caso, es una cortina de humo afirmar que el uso compartido de la Catedral por católicos y musulmanes contribuiría a un mejor entendimiento y a profundizar el diálogo. Más bien contribuiría a la confusión y, a la larga, a sembrar nuevas desconfianzas. Esos objetivos de concordia y colaboración merecen los mejores esfuerzos de unos y otros, y precisamente por ello resulta triste que se manipulen. Hay mucho campo para trabajar, empezando por el de la reciprocidad en materia de libertad religiosa. Ése sí que sería un buen comienzo para construir juntos un futuro de paz y de servicio a la dignidad de toda persona.


 

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