Catholic.net - Eulogio López - 24/11/2000 ¿Cuáles son las causas de esta locura? Quedarse en la condena de la crueldad "Eta" (escrito con minúscula el nombre de la banda asesina tiene menos impacto) no serviría para mucho. Indagar acerca de las consecuencias políticas o económicas, que las tiene, y muchas, o de la estrategia a seguir contra el terror, es redundante o quizás cínico, porque lo que importa es que un hombre ha perdido su vida y otros hombres han sido capaces de matarle a sangre fría.
Sobre eso ya está todo dicho y todos, o casi todos, estamos de acuerdo en la condena. Más bien habrá que preguntarse por las causas de esta locura. Y una de ellas es el romanticismo bobalicón que, tras dos siglos de novelas ramplonas, se nos ha impuesto como lo más noble del ser humano.
Las siglas de Eta significan Euskadi y libertad, lo que da cuenta de lo mucho que se han maleado el concepto y la palabra "libertad". Pero no nos engañemos, los terroristas que dejaron tirado como un perro, en la espantosa soledad de un garaje, a Ernest Lluch, eran unos románticos. Luchan por la libertad de Euskadi, porque creen en una Euskadi independiente, y se consideran, no lo duden, unos luchadores por la independencia. Se sienten, sinceramente, soldados sacrificados que exponen su vida por la patria y matan al enemigo en una situación de guerra abierta. ¿qué es lo que olvidan, lo que ni tan siquiera se plantean, los etarras? Pues que existe una ley natural apriorística, que dice algo tan sencillo como ésto: no puedes matar, salvo en caso de inminente peligro de tu propia vida, porque la vida no te pertenece: ni tan siquiera tu propia vida te pertenece, porque te ha sido dada sin consultarte. Un principio que hay que pensar con la cabeza... se sienta o no, porque no se trata de sentirlo, sino de razonarlo. Todo el romanticismo progresista de hoy trata de negar esta verdad evidente. La exaltación de los sentimientos como máxima expresión de la libertad, es una contradicción que justifica cualquier crimen, cualquier aberración. Si los sentimientos son libres, los etarras tienen todo el derecho a defender su idea con las armas. Porque, si se tata de sentimientos: ¿Dónde está la frontera? Los sentimientos van y vienen. Hoy son unos y mañana los contrarios. La biografía de todos los grandes pensadores que en el mundo han sido es la historia de un sometimiento de los alabados sentimientos a la penosa, concluyente, taxativa y limitadora razón. Pues no, los sentimientos no son libres, sólo el espíritu racional del hombre lo es. Y lo primero que hace la razón es percatarse de su propia poquedad: de su incapacidad para dar razón de su propia existencia, por lo que se acoge a aquellos principios, como el del valor sagrado de la vida humana, que se comprueba acorde con su propia naturaleza, es decir, a la ley natural.
Eta es muy romántica, y como todo romanticismo, tiene mucho de irracional. La libertad no tiene su origen en el cálido corazón del romántico, sino en la fría razón del pensador. Ahora que la tragicomedia de Fujimori se vive en todo su esplendor, conviene recordar su lucha, asimismo feroz, contra el terrorismo marxista en aquel país. Conviene recordar detalles como el de aquella terrorista de Tupac Amaru, miembro del grupo que ocupó la embajada de Japón en Lima. Contaban los secuestrados cómo aquella joven, que con tanta mano dura trataba a sus humillados rehenes, no se perdía el culebrón de la tele, que le contaba tiernas historias de amor. Lloraba con los ojos con el fusil ametrallador en las manos. Era un romántica, pero su romanticismo no le impedía asesinar a quienes se le pusieran por delante. A su enemigo. La sociedad sin clases de la china maoísta suponían para ella algo similar a la libérrima decisión sentimental de la protagonista de su culebrón, al elegir entre el galán rubio y el moreno, según los dictados de su muy lírico corazón enamorado.
Lo racional es la aceptación de la ley natural: la de que un hombre no es dueño de la vida del otro, por aquello de que "si no puedes dar la vida -y el hombre no puede- no te apresures a otorgar la muerte". O la razón se impone y el hombre es libre, o se imponen los sentimientos, auténticos dictadores, en su volatilidad, de la voluntad humana. El sueño de la razón puede producir monstruos, pero los sentimientos hacen algo peor: están en cambio permanente y justifican hasta el asesinato. |
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