Desorden del corazón
“Desorden del corazón”articulo de ignacio sánchez cámara nubiola, profesor de filosofia del derecho, en la gaceta de los negocios, lunes 12 de junio de 2006 La ley que regula la experimentación con embriones, recientemente aprobada por el Parlamento español, no defiende la dignidad de la vida ni protege jurídicamente la vida embrionaria. Constituye un error jurídico y moral. La vida del embrión deja de concebirse como un fin en sí mismo, requisito esencial de la persona humana, para poder ser utilizada como medio al servicio de un fin. Y la bondad del fin no justifica la corrección moral del medio. Así, no es correcto matar para salvar una vida.
Los errores morales se sustentan en argumentos erróneos o falsos que los fundamentan. Y suele ser filosóficamente mucho más interesante atender a la fundamentación que a las conclusiones prácticas que de ella se derivan. En este sentido, resultan clarificadores los dos argumentos que utilizó el presidente del Gobierno para intentar justificar la justicia de la nueva ley. Por un lado, afirmó que el propósito de la norma era la protección de la salud, y que no hay nada más moral que el cuidado de la salud y la lucha contra las enfermedades. Por otro, señaló que la ciencia no puede estar subordinada a la conciencia moral. Ambos argumentos son deficientes, en suma, falsos, y coinciden con un estado de opinión bastante extendido, que revela un profundo desorden moral.
En primer lugar, no es cierto que la salud sea el valor más alto, ni siquiera uno de los más elevados. En el criterio jerárquico de los valores que propuso el filósofo Max Scheler, por encima de los valores relativos a la salud, se encuentran los valores espirituales, como lo bello, lo justo y lo verdadero, y los valores religiosos. Así pues, la supremacía de la salud sólo puede establecerse a través de la negación de los valores espirituales y religiosos. La salud es un bien, un valor positivo, pero no el supremo, el más alto. Una de las más urgentes tareas pedagógicas de nuestro tiempo consiste en desenmascarar las falsas concepciones sobre el valor que rigen en la sociedad, los modelos sociales perjudiciales, que lo resultan aún más cuando se encuentran defendidos por quienes tienen la responsabilidad de gobernar. Esos modelos tienden a fomentar la realización de los valores inferiores, aunque positivos, en detrimento de los superiores. La preferencia de lo inferior sobre lo superior revela un profundo desorden del corazón, y resulta muy seductora ya que los valores inferiores aparecen como mucho más cuantificables que los superiores y más fáciles de realizar o producir.
En segundo lugar, la ciencia no se encuentra por encima de la conciencia moral. Es cierto que no existen límites morales a la búsqueda humana del conocimiento verdadero, salvo la proscripción de los medios inmorales para alcanzarlo. No hay límites al saber, pero sí a los medios para adquirirlo. Existen límites morales para los medios de adquirir conocimiento y también para la aplicación de esos conocimientos. Es cierto que en el pasado, y no sólo en él, se han puesto trabas inaceptables al libre desarrollo de la ciencia, pero también lo es que no toda limitación de la ciencia y de la técnica por razones morales constituya un obstáculo ilegítimo. Es muy probable que el doctor Mengele buscara el desarrollo de la ciencia e incluso la salud pública, pero es evidente que lo hacía con métodos moralmente aberrantes. ¿Podría acaso invocar legítimamente la dignidad y la libertad de la ciencia?
Estos dos argumentos revelan un modo de pensar muy extendido en nuestro tiempo, el ordo amoris o, quizá mejor, el desorden, dominante. La expresión procede de san Agustín y coincide bastante aproximadamente con lo que Pascal denominó "lógica del corazón". Viene a ser algo así como el sistema cordial de preferencias y desdenes que caracterizan a una persona. Así, Scheler afirma que quien posee el ordo amoris de alguien, posee a la persona entera. Nada nos define tan bien como ese sistema estimativo de preferencias. Y nada nos degrada tanto como la tendencia a preferir lo inferior a lo superior, lo más sensible e inmediato a lo más espiritual y mediato. Aquí suele realizar su labor el resentimiento, que rebaja y denigra todo aquello que resulta inalcanzable para el resentido. Por eso, como afirma Julián Marías, la vida moral puede ser entendida como una búsqueda de lo mejor. Pero siempre la excelencia ha sido difícil. La tarea de realizar los valores más altos siempre es dificultosa, e incluso heroica. Las almas vulgares y resentidas siempre antepondrán la realización de los valores sensibles, inferiores.
Los errores morales se sustentan en argumentos erróneos o falsos que los fundamentan. Y suele ser filosóficamente mucho más interesante atender a la fundamentación que a las conclusiones prácticas que de ella se derivan. En este sentido, resultan clarificadores los dos argumentos que utilizó el presidente del Gobierno para intentar justificar la justicia de la nueva ley. Por un lado, afirmó que el propósito de la norma era la protección de la salud, y que no hay nada más moral que el cuidado de la salud y la lucha contra las enfermedades. Por otro, señaló que la ciencia no puede estar subordinada a la conciencia moral. Ambos argumentos son deficientes, en suma, falsos, y coinciden con un estado de opinión bastante extendido, que revela un profundo desorden moral.
En primer lugar, no es cierto que la salud sea el valor más alto, ni siquiera uno de los más elevados. En el criterio jerárquico de los valores que propuso el filósofo Max Scheler, por encima de los valores relativos a la salud, se encuentran los valores espirituales, como lo bello, lo justo y lo verdadero, y los valores religiosos. Así pues, la supremacía de la salud sólo puede establecerse a través de la negación de los valores espirituales y religiosos. La salud es un bien, un valor positivo, pero no el supremo, el más alto. Una de las más urgentes tareas pedagógicas de nuestro tiempo consiste en desenmascarar las falsas concepciones sobre el valor que rigen en la sociedad, los modelos sociales perjudiciales, que lo resultan aún más cuando se encuentran defendidos por quienes tienen la responsabilidad de gobernar. Esos modelos tienden a fomentar la realización de los valores inferiores, aunque positivos, en detrimento de los superiores. La preferencia de lo inferior sobre lo superior revela un profundo desorden del corazón, y resulta muy seductora ya que los valores inferiores aparecen como mucho más cuantificables que los superiores y más fáciles de realizar o producir.
En segundo lugar, la ciencia no se encuentra por encima de la conciencia moral. Es cierto que no existen límites morales a la búsqueda humana del conocimiento verdadero, salvo la proscripción de los medios inmorales para alcanzarlo. No hay límites al saber, pero sí a los medios para adquirirlo. Existen límites morales para los medios de adquirir conocimiento y también para la aplicación de esos conocimientos. Es cierto que en el pasado, y no sólo en él, se han puesto trabas inaceptables al libre desarrollo de la ciencia, pero también lo es que no toda limitación de la ciencia y de la técnica por razones morales constituya un obstáculo ilegítimo. Es muy probable que el doctor Mengele buscara el desarrollo de la ciencia e incluso la salud pública, pero es evidente que lo hacía con métodos moralmente aberrantes. ¿Podría acaso invocar legítimamente la dignidad y la libertad de la ciencia?
Estos dos argumentos revelan un modo de pensar muy extendido en nuestro tiempo, el ordo amoris o, quizá mejor, el desorden, dominante. La expresión procede de san Agustín y coincide bastante aproximadamente con lo que Pascal denominó "lógica del corazón". Viene a ser algo así como el sistema cordial de preferencias y desdenes que caracterizan a una persona. Así, Scheler afirma que quien posee el ordo amoris de alguien, posee a la persona entera. Nada nos define tan bien como ese sistema estimativo de preferencias. Y nada nos degrada tanto como la tendencia a preferir lo inferior a lo superior, lo más sensible e inmediato a lo más espiritual y mediato. Aquí suele realizar su labor el resentimiento, que rebaja y denigra todo aquello que resulta inalcanzable para el resentido. Por eso, como afirma Julián Marías, la vida moral puede ser entendida como una búsqueda de lo mejor. Pero siempre la excelencia ha sido difícil. La tarea de realizar los valores más altos siempre es dificultosa, e incluso heroica. Las almas vulgares y resentidas siempre antepondrán la realización de los valores sensibles, inferiores.
Es fácil, pero no correcto, anteponer la salud de quien vemos, a la vida embrionaria que apenas podemos ver, pero es injusto reducir la vida humana a medio al servicio de la salud. Aquí, en esta preferencia de lo inferior sobre lo superior, se encuentra la clave del desorden moral de nuestro tiempo, de la actual crisis espiritual; en suma, en el desorden del corazón.
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