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¿Derechos humanos para los monos?

¿Derechos humanos para los monos?

http://www.lanacion.cl/prontus_noticias/site/artic/20060708/pags/20060708224259.html
Nuestros primos peludos

Los socialistas españoles presentarán al Parlamento una ley para proteger los derechos de los grandes simios. Sería el primer país del mundo en reconocer por ley el parentesco entre humanos y monos.



Nación Domingo

No pertenecen a ningún partido político, ni a un sindicato, ni tienen derecho a voto, ni siquiera carnet de identidad. Claro, son monos. Pero estos animales salvajes van a tener derechos gracias a una ley que se discutirá en el Parlamento español en septiembre. Si prospera, será el primer país del mundo en reconocer algo parecido a los “derechos humanos” para los gorilas, orangutane chimpancés y los bonobos. Se trata del Proyecto Gran Simio.

La ley los protegerá del “maltrato, la esclavitud, la tortura, la muerte y extinción”, según especifica la propuesta del Grupo Parlamentario Socialista que fue presentada en abril al Congreso español. Se trata de defender sus intereses como si fueran “menores de edad o discapacitados mentales” humanos, algo que también reclama la ONU argumentando el cercano parentesco que tenemos con los grandes primates y que muchos científicos quieren incluir definitivamente en la categoría de la especie homo. Después de todo, compartimos con los chimpancés y bonobos el 98,4% de nuestros genes; con los gorilas, el 97,7%, y con los orangutanes, el 96,4%.

 

“ESTO ES RIDÍCULO”

Tan buenas intenciones con estos peludos primos nuestros no cuenta con el apoyo de todos. Y ha sido la Iglesia Católica la primera en escandalizarse. “Me da risa. Por hacer el progre se puede hacer el ridículo”, dijo el arzobispo de Pamplona, Fernando Sebastián, y criticó que “no conceda derechos de persona a los niños sin nacer” –refiriéndose al aborto– “y se los vayan a conceder a los monos”.

No es de extrañar esta reacción. Sólo hay que recordar lo mucho que les costó al Vaticano reconocer que la Tierra no era el centro del universo o la rabieta que les produjo la teoría de la evolución de Darwin cuando sugirió que el hombre desciende del mono. Aún no admite ni el divorcio, los derechos homosexuales, el uso del condón y menos aún el derecho de las mujeres a abortar. Y ahora, además del trabajo que le dan los seres humanos, tendrá que oponerse a los derechos de los simios.

Hace unos años llegó al zoológico de Madrid una vieja chimpancé. Sin dientes, desnutrida y con las señales de las cadenas y correas que la mantuvieron atada toda la vida trabajando de sol a sol con un fotógrafo ambulante que la cambió por otra más joven. No podía masticar la fruta que le lanzaban los cuidadores y esta anciana decidió machacar la fruta contra los barrotes de la jaula para luego chupar la pulpa. Los otros monos la observaron durante un tiempo y pronto la imitaron. Hoy, todos los monos del zoológico golpean la fruta porque les ha encantado este invento de comer puré de fruta. Es un pequeño ejemplo de cómo son capaces de aprender y de compartir experiencias.

 

HABLAN, APRENDEN, SIENTEN

Jane Goodall, la etóloga que ha dedicado 40 años a estudiar a los chimpancés cerca del lago Tanganica en África, es el alma del Proyecto Gran Simio en todo el mundo. En su reciente visita a España dio una extraordinaria conferencia en “idioma mono” ante un público atónito. “Uh, uh, au, au, yiiha” eran algunas de las “palabras” que Goodall enseñó a la audiencia. Ruidos variados y complejos gestos, como el que usan los sordomudos, que funcionan como un lenguaje sofisticado y preciso, que aprendió en su larga convivencia en la selva. Goodall es también la que está a punto de conseguir que estos animales entren en la especie homo, toda una revolución en la filiación animal.

Gorilas que cruzan ríos provistos de largas varas para comprobar la profundidad, monos que transportan durante horas palos y ramitas para romper termiteros y luego extraer las termitas, son actitudes que revelan su capacidad para usar herramientas y planificar acciones a largo plazo. Simios en medio de la selva que optan por suicidarse negándose a comer por la pena que les produce la muerte de un ser querido, como se ve en el documental “People of the forest”, que demuestra sus intensos sentimientos y emociones, o el estudio del Instituto de Enfermedades Mentales de Bethesda (EEUU) publicado esta semana en la revista “Nature”, el cual concluye que los monos son capaces de distinguir los rostros de sus familiares y amigos, e incluso reconocerse a sí mismos en un espejo, lo que indica que poseen conciencia del propio yo, capacidades y habilidades que se creían exclusivas de los humanos y nos van acercando a estos parientes al mismo tiempo que ellos se van extinguiendo.

 

LECCIONES DE SEXUALIDAD

Hay algunos que incluso están más avanzados que nosotros en ciertos aspectos, como el sexual. Se trata de los bonobos. Estos antropoides, especie recién catalogada en 1929, que caminan erguidos y tienen una figura esbelta, son unos campeones de la sexualidad libre y en todas las combinaciones y posiciones posibles, incluido el cara a cara humano. Machos y hembras de cualquier edad, machos con machos, hembras con hembras y todos con la tribu vecina, en cualquier momento y en cualquier lugar. Es un poco como “haz el amor y no la guerra”, ya que esta especie es la más pacífica de todas, donde menos se practica el infanticidio o las luchas entre grupos rivales por el territorio. Tiene su lógica. Con tanta promiscuidad, es más que probable que los vecinos sean hermanos. De hecho, cuando hay tensiones territoriales, en vez de matarse hacen una gran orgía donde todos participan. Y luego se retiran en paz. Y un último detalle: forman sociedades estrictamente matriarcales. Seguro que tenemos mucho que aprender de los bonobos.

A estas espléndidas especies no sólo les hemos arrebatado sus tierras, quemado sus bosques, cazado como trofeos o incluso nos los estamos comiendo, como revela esta semana un artículo del diario “El Mundo”. Toneladas de carne de toda clase de simios se cocinan en restaurantes exóticos de Nueva York, París o Londres. Sea como menú tradicional, para combatir la impotencia o, simplemente, porque son deliciosos. Después de todo lo que sabemos, esto se podría llamar canibalismo.

Entonces, ¿derechos humanos para los monos? Algo así es lo que pretenden los socialistas españoles. Muchos, además del arzobispo de Pamplona, piensan que esta ley de los derechos de los grandes simios es una broma sin sentido ante los graves problemas que afronta buena parte de los seres humanos, también sometidos al “maltrato, esclavitud, tortura, muerte y extinción”. Y creen que es una pérdida de tiempo ante cuestiones más urgentes, como dicen aquí en Chile cuando se intenta abrir el debate sobre la eutanasia o el matrimonio homosexual.

 

INDUSTRIA ANIMAL

Pero algo hay en el Proyecto Gran Simio (www.proyectogransimio.org) que deja al descubierto la soberbia humana en el trato con los animales. Fue el siglo XX cuando una buena cantidad de ellos pasaron a formar parte de la industria alimentaria. Inventamos el sistema de campos de concentración masivos para producir nuestras carnes favoritas. Se calcula que “producimos” 60 mil millones de cerdos, vacas y pollos, a los que mantenemos hacinados en condiciones miserables. A los que peor tratamos es a los humildes pollos. “Son buenos para resolver problemas y comprenden que un objeto escondido sigue existiendo, cosa que no les ocurre a los niños pequeños”, dice el etólogo Chris Evans.

Se reconocen unos a otros, tienen jerarquías sociales, amigos íntimos y cariño por los más pequeños, y disfrutan revolcándose en la tierra o subiéndose a las ramas de los árboles. Pero nada de eso pueden hacer, por ejemplo, los nueve mil millones de pollos que se crían en EEUU. Sólo conocen en su corta vida, unas seis semanas, el galpón con luz y ventilación artificial donde los mantienen prisioneros antes de ejecutarlos. Los 245 millones de gallinas ponedoras de los huevos que comen cada mañana los norteamericanos viven en celdas comunes para siete ejemplares, donde ni siquiera pueden darse la vuelta o estirar el ala. Los machos de estas razas corren peor suerte: son triturados en enormes máquinas porque no sirven para poner huevos.

Y las obligamos al canibalismo. Eso fue lo que provocó el “mal de las vacas locas”. Enfermaron por comer piensos fabricados con reses enfermas. Y cuando murieron algunos humanos por comer carne alterada, la civilizada Europa no vaciló en sacrificar a millones de vacas, estuvieran enfermas o no.

“¿Poseen las ostras una pequeña alma bivalva?” Así comienza el artículo de Frank Bruni en el “New York Times” titulado “¿Por qué preocuparnos de los animales que nos comemos?”, que habla de la cruzada que mantiene la Municipalidad de Chicago contra la venta del exquisito foie gras de pato, que se consigue alcoholizando al ave hasta que su hígado se hace gigante por la cirrosis. O la decisión de una gran cadena de restaurantes de a negarse a hervir vivas a las langostas. Michael Pollan, autor de “El dilema omnívoro”, piensa que ostras, foie gras o langostas son problemas éticos que afectan sólo a la minoría más rica, que es la que se los come. Aunque pueda significar un comienzo para un “nuevo trato” con los animales que devoramos a diario.

La propuesta del Programa Gran Simio puede que sea un intento para que los animales humanos seamos más “humanos” en nuestra relación con el resto de los habitantes del planeta. Y en este sentido, bienvenida sea la ley que protege a los monos de nosotros, porque somos nosotros los causantes de la mayor parte de sus sufrimientos y extinciones. Después de todo, somos los mayores depredadores, los que estamos en la cúspide de la cadena alimentaria. Y si nos descuidamos acabaremos comiéndonos entre nosotros. Y crudos. LND


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