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No olvidemos esto: los líderes políticos nunca son lo que parecen

No olvidemos esto: los líderes políticos nunca son lo que parecen


Aniano GagoEscribir al autor

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Hoy su éxito no consiste en una buena preparación, sino (casi siempre) en "dar bien" en la tele. Por eso Zapatero parece más líder que Rajoy. Pero quien gobernó 23 años fue... Pujol.

31 de julio de 2006.  Si hay algo lamentable en la democracia actual es que los líderes de los partidos tienen que ser guapos, bien parecidos o, al menos, dar bien en la tele.
 
El líder moderno es un esclavo mediático. Desde los cuatro debates televisados entre Kennedy y Nixon nada es igual en la política. Kennedy era joven, guapo, apuesto, sonriente e inspiraba calor, alegría y confianza en el futuro, mientras Nixon tenía cara de granjero malencarado, adusto, viejo, distante, frío y generaba en los espectadores/votadores incertidumbre ante el futuro. Aquel debate fue tan importante que cambió hasta el concepto de la televisión en Estados Unidos, que es como decir en todo el mundo. Desde entonces los debates se han sucedido no sólo en Estados Unidos, sino también en el resto del mundo occidental.

En España también los tuvimos entre Felipe González y Aznar. El primero, en Antena 3, estuvo moderado por ese gran periodista que es Manuel Campo Vidal. Fue un hito, un acontecimiento histórico. En España nos poníamos a la altura de las democracias avanzadas. En aquel debate Felipe González, por aquello de confiarse demasiado, no estuvo a la altura que tenía y Aznar salió bastante airoso. Incluso puede que ganara el combate. El hecho de no perderlo de forma rotunda ya fue un éxito para él. En el segundo debate, en Tele5, moderado por otro periodista de raza televisiva, Luis Mariñas, Aznar se acongojó, y Felipe le dio un repaso. Resultado: las elecciones las volvió a ganar Felipe González. Corría 1993.

La televisión desde el segundo tercio del siglo pasado se ha convertido en el tótem de la cultura política. La televisión es mucho más que un medio de comunicación influyente: es el medio que ha transformado la realidad hasta el punto de que la realidad sólo es la que sale por televisión. El axioma de que si algo no sale en televisión no existe, es válido en política. Por eso los líderes se esfuerzan más en dominar el medio televisivo que en prepararse intelectualmente. Esto ya no es un teatro donde el pueblo va a escuchar a Castelar o una plaza de toros donde la gente se agolpa para saber qué dice Azaña; esto ahora es un mundo virtual donde lo que sale en la pantalla es lo que vale. En definitiva, vivimos en una realidad donde es más auténtico lo que parece, lo que se proyecta, que lo que es.

Zapatero es un tipo alto, guaperas (al margen las cejas), ojos claros, mirada abierta y encima alto. Culturalmente se sabe que gusta de Borges, de poetas como Gamoneda o Colinas y poco más. Su elocuencia no es mucha y su facilidad oratoria escasa. Rajoy es más sólido técnicamente, como se dice ahora, es un registrador de la propiedad que estudió mucho y se le nota. Pero carece del liderazgo moderno, mediático. Tiene un defecto al hablar (no tan marcado como Bono, aunque el defecto sea de otras circunstancias y características) y su expresividad mediática es inferior a Zapatero. Si a esas circunstancia se le añaden las añagazas que el leonés le tendió en el último debate del estado de la Nación, llegaremos a la conclusión de por qué Zapatero es más líder. A lo mejor no lo es, pero lo parece. Y, repito, hoy vale más parecer que ser.

La televisión no la he inventado yo. Fue Bird (entre otros) en 1926. En España llegó en 1956. Este año, el 28 de octubre, cumplirá 50 años. Que no es nada. Pero lo suficiente para que sea la gran madrastra de todos nosotros. Vivimos pendientes y dependientes de ella. Los teatros cuesta llenarlos, y si se quiere que se llenen deben contar con la publicad mediática de la propia televisión. Incluso las plazas de toros, las corridas, necesitan del medio invasor. La realidad es la que es, se quiera o no. Hasta el punto que el árido Bush Junior (también el padre) ha necesitado grandes dosis de escuela televisiva hasta hacerlo parecer más dulce y hermoso de lo que en realidad es en pantalones cortos en su rancho mientras masca chicle. Es una pena. Hoy triunfa como político antes un actor, como Reagan, que un intelectual. Ya sabemos que los intelectuales no suelen ser buenos políticos, pero una cosa es eso y otra que domine el mundo, el pueblo o la ciudad un zote que no ha superado las pruebas de simio.

Yo amo igual que odio a la televisión. La amo porque me entretiene y me hacer ver el mundo globalizado. Y la odio porque me enseña que ese mundo es fraccionado y mentiroso. Especialmente el político. Por eso me encanta que ganen los feos. Jordi Pujol, por ejemplo, jamás tuvo glamour mediático, ni belleza televisiva, pero pudo imponer su preparación y fuerza intelectual. Incluso hay que darle mucho mérito a Aznar, que en televisión, en lugar de hacer amigos, aumentaba los desafectos. Cara seca, cortante, adusta, lejana e inhabitual entre el pueblo llano, Aznar ganó porque le tocaba y porque Felipe tenía una ristra de "casos" incontables (el principal Luis Roldán) que hicieron que el personal cambiara de caballo. No creo que por la televisión.

Muchos políticos reciben clases de cómo hablar en público y cómo hablar a los medios de comunicación. Más nos valdría a todos que estudiaran un poco más y los conceptos les surgieran a borbotones simplemente porque saben la lección. Eso de que los señores líderes lean en las tribunas públicas tendría que estar prohibido. Hablan como loros y dicen lo que no saben y expresan lo que no sienten. La televisión tiene que evolucionar y captar y distinguir entre falsos y verdaderos, entre auténticos y postizos, entre la escayola y la piedra. La política es una comedia que nos lleva al drama. En eso andamos.

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