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Aquello de lo que hables...

Aquello de lo que hables...

 

Procura que sea verdad aquello de lo que hables. Son muy variadas las causas por las que, en ocasiones, nos alejamos de la verdad. Ocurre con aquello que no tiene mayor importancia y también con cuestiones y ocasiones en las que lo que se dice adquiere una gran difusión. El daño que produce esa forma de comportarse afecta siempre a la credibilidad de la sociedad a la que se pertenece y a las relaciones de ésta con otras. Siempre se pregunta por la fuente de la que ha partido una información, tanto en las relaciones personales como en las que mantienen entidades de otro orden, y se le concede crédito, o no, según sea el grado de veracidad que esa fuente haya conseguido a lo largo del tiempo. Hay quienes por medio del disfraz de la verdad tratan de llevar adelante lo que se proponen. A veces lo logran porque su disfraz es atractivo y oculta la verdad. Es más atrayente, entonces, lo aparente.

 

No es nada bueno vivir en una sociedad aparente, disfrazada de lo que sea, porque no se sabe si lo que se nos ofrece es, en verdad, lo que se dice o todo lo contrario. Hay disfraces de todo tipo y hay quienes utilizan uno u otro según sea la ocasión en la que toca actuar. El de manifestante lo utilizan algunas que otras personas para que se las tenga en cuenta, para que se fijen en ellas una vez más. Toman la manifestación a modo de gran escaparate del que se quieren apropiar y a veces lo consiguen, aunque nunca se sabe en qué y cómo termina esa apropiación, pues la verdad siempre se abre paso y pone en evidencia el disfraz utilizado. ¿No es mejor, sobre todo más noble y honrado, hablar en verdad y sin disfraz alguno?.

 

Aquello de lo que se hable no debe adulterarse con la mentira o con algo supuesto y que no tiene las necesarias garantías de ser cierto. Siempre la verdad y a ésta que la acompañe, en cualquier caso, la caridad, el respeto y amor a los demás para que siempre se camine por el camino real que el verdadero sentido de la vida demanda a toda persona. No hay que sembrar abrojos hirientes en el camino de la vida y para ello se debe cuidar, con todo esmero, cualquier detalle de aquello que se hable; de aquello que se dice y que se sabe que causará heridas en otras personas. No se trataría, así, de la luz de la verdad sino de herirla.

 

Hay quienes se dejan llevar por la vanidad y el orgullo, olvidando que no se es nada más que un algo de tiempo, sobre el que ni siquiera se tiene dominio pleno. No tienen en cuenta que la humildad es el reconocimiento de la verdad y por eso, al dejarse llevar de sus ideas, hieren con lo que hablan porque atienden sólo a que el disfraz de sus palabras sea vistoso, atractivo, llamativo y útil para ellos, aunque se oculte la realidad de lo que ocurre.

 

Hay que hablar para dar a conocer la verdad. Más vale guardar silencio cuando se tenga duda en aquello que se piensa y tratar de alcanzar, con verdadera humildad, el conocimiento de lo que a nadie hace daño, de lo que a nadie ni siquiera molesta, de lo que a todos lleva paz y, entonces, darlo a conocer con amor.

 

Manuel de la Hera Pacheco.- 10.Mayo.2006

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