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La República como ideología

La República como ideología

26.07.06

Si la República hubiera sido en España una forma de Estado neutral, como en Suiza o Estados Unidos, se habría consolidado de forma definitiva. No fue así. Para el sector más cualificado de la izquierda nacional, la República no era otra cosa que un instrumento para facilitar la revolución.
El régimen republicano se estableció en España, sin que se derramase una gota de sangre. Tuvo una adhesión popular generalizada. Ilusionó a casi todos. La opinión pública le abrió un crédito sin precedentes en la historia de España. La victoria de las derechas en las elecciones generales de 1933 viene a demostrar más claramente que la República, para un amplio sector de la izquierda, no era una forma de Estado, sino un pretexto para facilitar la
Revolución comunista. Las izquierdas no aceptan la victoria de las derechas. No se tolera que los conservadores puedan ser republicanos sinceros. El monopolio del republicanismo corresponde a la izquierda.

En 1936 se consuma lo que socialistas, comunistas y sindicatos tenían planeado y previsto desde 1931: el Frente Popular. Su triunfo en las elecciones de febrero precipita los acontecimientos. Es el prólogo a la marcha triunfal comunista, al alborozado cortejo de los puños en alto y las banderas rojas. Como en la Rusia de 1919, de 1920. Pero
la clase media se revuelve.

Salvador de Madariaga explica luminosamente, en el verano de 1936, que el vencedor en la guerra será o la extrema derecha o la extrema izquierda, porque la violencia lo radicaliza todo y la moderación que-dará derrotada.

Mientras las viejas canciones de guerra y amor se escuchan por los exangües caminos de España, germina en el encendido verano de 1936 una inevitable y larga dictadura. Si gana la España republicana se establecerá la dictadura del proletariado, el comunismo. Si triunfa la España nacional, se establecerá la dictadura de la clase media, el fascismo.

A esa triste situación habían sido reducidos los horizontes del pueblo español en aquel año de desgracia de 1936, sólo un lustro después de que, para evitar el derramamiento de sangre entre españoles, Alfonso XIII embarcara en
Cartagena, con tantas viejas llagas todavía sin cicatrizar, camino de los robles torrenciales, de los sacudidos breñales, del despiadado exilio que le mataría pronto de nostalgia y melancolía por la patria perdida.

Luis María Ansón

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