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Giralda vista

Peones Negros apoya la manifestación del 3 de febrero en Madrid.

Peones Negros apoya la manifestación del 3 de febrero en Madrid.

La Plataforma Ciudadana Peones Negros se adhiere a la Manifestación que, con el lema “En defensa de la libertad, por la derrota de ETA y contra la estrategia de la negociación” tendrá lugar en Madrid el próximo día 3 de febrero, convocada por el Foro de Ermua y apoyada por la AVT y por otras organizaciones ciudadanas.


Desde su nacimiento como Plataforma Ciudadana, Peones Negros ha apoyado, y seguirá apoyando, aquellas iniciativas que respalden de manera inequívoca a las víctimas del terrorismo y rechacen, de forma clara y tajante, las medidas de cesión ante las pretensiones de los criminales, sean éstas del tipo que fueren.

Peones Negros respaldará siempre a las víctimas del terrorismo porque son ellas las que han pagado el precio más alto de la sinrazón, al ser utilizadas por los asesinos como meros objetos con los que infundir temor en el resto de la población y conseguir sus objetivos.

Como Plataforma Ciudadana que trabaja para conocer toda la verdad de los atentados del 11 de marzo de 2004, Peones Negros exige un juicio justo para sus autores y encubridores, quienes quiera que estos sean, y el cumplimiento estricto de sus condenas, pero nunca un diálogo o negociación con estos asesinos. Rechazamos, por tanto, cualquier medida que pueda suponer un reconocimiento, sea este explícito o velado, de las organizaciones terroristas como interlocutores del Estado, y denunciamos a todos aquellos que, al proponerlas, ponen en grave peligro el Estado de Derecho.

Consideramos que no hay solución negociada o política al terrorismo, pues las causas de este no residen en etéreos conflictos políticos ni en imaginarias injusticias sociales, como sus autores pretenden, sino en la estrategia calculada de unos grupos que deciden acometer una serie de crímenes para conseguir unas ventajas que no podrían obtener limpiamente, en la creencia de que a través del terror pueden torcer la voluntad de los ciudadanos obligándoles a doblegarse. Ante este fenómeno, no hay peor estrategia que la cesión, pues anima a los terroristas a redoblar sus acciones de secuestro y asesinato. Sólo cabe exigir la actuación eficaz de las fuerzas de seguridad para detener a los delincuentes, la acción firme de los jueces para imponer la pena que a cada uno de los culpables pudiera corresponder y el cumplimiento estricto de las condenas en el entendimiento de que la ley se aplicará siempre.

Por todo ello, Peones Negros llama a todos los ciudadanos de bien a acudir a Madrid el 3 de febrero para manifestar su apoyo a las víctimas del terrorismo, oponerse a la cesión del Gobierno ante el terror y exigir el mantenimiento del Estado de Derecho.


Para mayor información pueden consultarse las páginas siguientes:

www.peonesnegrosBCN.com
www.peonesnegros.es
www.fondodocumental.com

Requisitos y requisitas

Requisitos y requisitas

Requisitos y requisitas

Diario de Sevilla
Enrique García Máiquez
10/1/2007

Un importante funcionario hablaba muy en serio de “los alumnos y las alumnas, los profesores y las profesoras, los padres y las madres”, cuando —ya embalado— nos exigió que cumpliésemos “los requisitos y las requisitas”. Yo lo oí.

Esos tropezones ocurren por saltarse a la torera las leyes del lenguaje. Ahora nuestra consejera de Cultura (valga la 'contradictio in terminis'), Rosa Torres, quiere imponer esa moda progre de mirarle por debajo el sexo a las palabras, y ha reclamado a la Real Academia Española que asuma el lenguaje no sexista como norma.

José Aguilar ha escrito un artículo cojonudo sobre la cosa titulado “Qué coñazo”. Confiesa que él alguna vez exclama “qué coñazo” pero que jamás lo escribe, aunque ahora sí, como protesta a que el Instituto Andaluz de la Mujer nos quiera convencer de que esas inocentes expresiones son “estereotipos sexuales que encasillan a mujeres y a hombres en los roles tradicionales”. Yo soy más puritano, como saben, y sólo digo “cojonudo” para hablar de espárragos. Si hoy no me reprimo, es porque aquel artículo de Aguilar era estupendo y daba, muy clara, la clave: “Los seres vivos tienen sexo, mientras que las palabras lo que tienen es género, y el masculino gramatical se emplea para referirse a individuos de la misma especie sin distinción de sexos. Igual que hay genéricos femeninos que describen a hombres y mujeres. Por ejemplo, víctima. Esto obedece a una ley general de las lenguas: la economía expresiva”. El resto es enredar.

El tema cumple todos los requisitos (y requisitas) para un artículo descojonante, pero a mí las manipulaciones genéticas del lenguaje me acojonan. Imaginen ustedes que Rosa Torres se sale con la suya y acabamos hablando con esa especie de tartamudeo bisexual. Los lectores y las lectoras de mis palabras y palabros acabarían mareados y mareadas. Y lo que es mucho peor: si nos acostumbrásemos, toda la literatura española se mancharía de machismo sobrevenido. Con Quevedo pase, pero qué disparate que suenen a estereotipos sexuales Santa Teresa o Sor Juana Inés de la Cruz.

El PP ha hecho bien en criticar esta iniciativa de la Junta, pero lo ha hecho fatal. Antonio Garrido la tachó de “franquista e inquisitorial”, echando mano del argumentario del PSOE. Bastaba con defender nuestro idioma,
como Aguilar, pero ya puestos a mezclar churras y merinas, más pertinente hubiese sido mentar al estalinismo o, mejor aún, un contagio de la manía de manipular las palabras (“paz, paz”) que aqueja a Zapatero. El PP, en cambio,
presa de su propios complejos, mimetiza los tics y tópicos de la izquierda. O sea, tontainas y tontainos

El Foro Ermua condena el atentado de ETA y reclama al Gobierno que asuma una política de derrota del terrorismo, interrumpiendo todo contacto con ETA y su brazo político Batasuna

El Foro Ermua condena el atentado de ETA y reclama al Gobierno que asuma una política de derrota del terrorismo, interrumpiendo todo contacto con ETA y su brazo político Batasuna El Foro Ermua condena el atentado de ETA y reclama al Gobierno que asuma una política de derrota del terrorismo, interrumpiendo todo contacto con ETA y su brazo político Batasuna

Bilbao. 30 de diciembre de 2006. Esta mañana la organización terrorista ETA ha hecho estallar una potente carga explosiva en el aeropuerto de Madrid-Barajas, destruyendo una parte del aparcamiento de viajeros de la nueva Terminal 4. En estos momentos sigue desaparecida una persona que, según parece, se encontraba en dicho aparcamiento en el momento del atentado. Varias otras personas, hasta un total de 19, han sido atendidas por diversos daños personales en las instalaciones sanitarias de emergencia organizadas por la Comunidad de Madrid; ninguna de ellas se encuentra en peligro.

Como sucede siempre con los atentados terroristas, solamente los propios terroristas son los responsables de este acto de violencia. El Foro Ermua hoy, a diferencia de lo que hicieron diversas fuerzas políticas y medios de comunicación en las horas posteriores a la masacre de Madrid el 11 de marzo de 2004, culpa únicamente a ETA del atentado en Barajas esta mañana.

Por otra parte, el Foro Ermua expresa su solidaridad con las decenas de personas que han sufrido de forma directa los efectos de la explosión y con los muchos miles de otras que han visto alterados sus planes de viaje por la permanente voluntad de ETA de imponer por la violencia sus objetivos políticos a la sociedad española. Además, el Foro Ermua desea que aparezca sana y salva la persona a la que se sitúa como desaparecida en el lugar del atentado.

El atentado de esta mañana supone un paso más, aunque un paso de extrema gravedad, en la misma táctica que ha mantenido ETA desde el anuncio del mal llamado alto el fuego el pasado 22 de marzo. Una postura que combina los cantos de sirena de una hipotética paz, con la práctica constante de diversas formas de violencia todo a lo largo del denominado “proceso de paz”. La extorsión a los empresarios no ha cesado en ningún momento, el rearme de la banda en explosivos y armas de fuego ha continuado sin interrupción y la ausencia de actos terroristas apenas duró 30 días, ya que el día 22 de abril fue destruido totalmente el comercio de un concejal de UPN en Barañain (Navarra), poniendo en peligro 52 viviendas del mismo edificio que tuvieron que ser desalojadas. A pesar de que el gobierno de Rodríguez Zapatero puso en duda entonces que la izquierda abertzale fuese la responsable de este atentado, actuando como su abogado defensor, en el mes de noviembre ETA ha reivindicado abiertamente la autoría de aquel primer acto de terrorismo bajo el alto el fuego.

Desde el atentado de Barañain, se han producido otros 255 atentados más. En ellos ha habido varias personas heridas de distinta consideración y se han producido unos daños materiales que superan los 2,4 millones de euros. El Gobierno ha minimizado estos hechos de violencia terrorista e incluso los ha negado abiertamente. A pesar de esta escalada terrorista, el ministro del Interior, Alfredo Pérez-Rubalcaba, se precipitó el 23 de mayo a proclamar solemnemente que “el alto el fuego es completo y real”; apreciación que ha sido confirmada en numerosas ocasiones por el Presidente Rodríguez-Zapatero la última vez ayer, día 29 de diciembre, a través de una declaración tan triunfalista como irreal e irresponsable.

Sólo ETA es responsable del atentado de hoy en Barajas, pero el Gobierno y el Presidente Rodríguez Zapatero son responsables de haber confundido, cuando no engañado repetidamente, a la opinión pública sobre la falsa voluntad de la banda terrorista de abandonar la violencia. El Foro Ermua, el Partido Popular y otras organizaciones cívicas y de víctimas del terrorismo hemos proclamado sin cesar durante estos nueve meses que no apreciábamos en absoluto la disposición de ETA a abandonar las armas y a disolverse para siempre y que el Gobierno se estaba equivocando gravemente en su política de negociación y apaciguamiento hacia los terroristas. El atentado de hoy en Barajas nos da, una vez más, tristemente la razón.

Miente la portavoz del Gobierno vasco, Miren Azkarate, al ubicar hoy la violencia y la extorsión de ETA en “un pasado al que no queremos volver”. La violencia terrorista no ha desaparecido en España, sino que ha ido en constante aumento desde el mes de abril, a lo largo de ocho meses. Tras el atentado de hoy el Gobierno no puede seguir negando por más tiempo la evidencia: ETA no ha abandonado sus objetivos políticos, ni ha renunciado a la violencia para lograrlos.

El Gobierno no es responsable del atentado de hoy, pero si no abandona de inmediato la errónea política de negociación y cesiones ante ETA se convertirá en cómplice de su violencia.

El Gobierno debe anunciar de inmediato la ruptura definitiva de todo contacto con ETA y con su brazo político, Batasuna. Ha de hacer pública su determinación de volver a emplear a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en reprimir a ETA de forma implacable hasta su derrota final, poniendo fin a la inacción policial de los pasados 24 meses. El Gobierno debe proclamar su voluntad de volver a emplear a la Fiscalía General para perseguir judicialmente a los terroristas, en vez de usarla para protegerles de la Justicia procurándoles impunidad ante los tribunales, lo que exigirá, seguramente, el nombramiento de un nuevo Fiscal General.

Asimismo, la Abogacía del Estado, cuyo papel en la aplicación de la Ley de Partidos Políticos es sin duda muy relevante, ha de ponerse al servicio de una política de derrota de ETA.

El Gobierno debe recuperar con urgencia el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, superando la paralización a la que le ha sumido deliberadamente, y haciendo al Partido Popular partícipe en todo momento de las medidas antiterroristas a tomar desde hoy mismo.

Para que este radical e impostergable giro en la política del Gobierno frente al terrorismo fuese creíble, está obligado a reconocer el grave error que ha supuesto la política de “salida negociada” al terrorismo que ha practicado en los pasados dos años.

Cuando el Gobierno de España de los pasos que acabamos de enumerar, puede estar seguro que obtendrá el pleno apoyo del Foro Ermua y, estamos seguros, que también de los demás movimientos cívicos y de las principales asociaciones de víctimas del terrorismo.

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servido por andalucia

FRANCO ANTE HITLER (por Pío Moa)

FRANCO ANTE HITLER (por Pío Moa)

La carta de Hitler destruye  además la retorcida pretensión de que en la conferencia de Hendaya, dos meses y medio antes,  Hitler no  había mostrado mayor interés ni presionado a Franco para que entrase en la guerra.  El propio Führer lo aclara sin lugar a dudas: “Cuando nos reunimos, mi prioridad era convencerle a Vd., Caudillo, de la necesidad de una acción conjunta de aquellos Estados cuyos intereses, al fin y al cabo, están indisolublemente asociados”. Una prioridad.

Pero Franco pensaba de otro modo.  Hizo llegar a Berlín un memorando con desorbitadas peticiones de material de guerra, cereales y  vehículos,  y sólo contestó a Hitler veinte días más tarde, aplazando todavía otros diez días la entrega de la carta. La cual,  con extraña insolencia ante quien tanto le había insistido en la importancia del factor tiempo,  empezaba así: “Su carta del 6 de febrero me induce a contestarle de inmediato”. El resto, pese a las protestas de lealtad y fe en la victoria germana, no podía causar mayor decepción a Hitler.

El dictador alemán se había molestado en demoler la argumentación dilatoria de Franco: “Alemania ya se declaró dispuesta a suministrar también alimentos –cereales—en las máximas cantidades posibles tan pronto España se comprometiera a entrar en la guerra (…) Porque, Caudillo, sobre una cosa debe  haber absoluta claridad:  estamos comprometidos en una lucha a vida o muerte y en estos momentos no podemos hacer regalos ¡Por ello sería una falsedad afirmar que España no pudo entrar en la guerra porque no recibió prestaciones anticipadas!”  [subrayado en el original].  Ofrecía de inmediato cien mil toneladas de cereales y señalaba  la poca solidez de las excusas de Franco. Éste había insistido en la necesidad de alimentos, pero, recuerda Hitler, “Cuando yo volví a hacer constar que Alemania estaba presta a comenzar el envío de cereales, el almirante Canaris recibió  la respuesta definitiva de que tal suministro no era lo decisivo, pues no podía alcanzar un efecto práctico su transporte por ferrocarril. Luego,  tras  haber dispuesto nosotros baterías y aviones de bombardeo en picado para las islas Canarias, se nos dijo que tampoco esto era decisivo, ya que las islas no podrían sostenerse más de seis meses, por la escasez de provisiones”.Con lógica y cierta exasperación, Hitler había concluido: “Que no se trata  de asuntos económicos sino de otros intereses  queda patente en la última declaración, pretendiendo que también por causas meteorológicas no podría realizarse un despliegue [en España] en esta época del año (…) No puedo entender  cómo sería imposible por razones meteorológicas lo que antes se quiso considerar imposible  por razones económicas (…)  No creo que el ejército alemán  se vea dificultado en un despliegue de enero por el clima, que para nosotros no tiene nada de extraño”.

La argumentación hitleriana era bien clara,  pero Franco, en su respuesta, la pasaba simplemente por alto, reiterando  que la economía “es la única responsable de que hasta la fecha no se haya podido fijar el momento de la intervención  de España”. E interpretaba de forma casi ofensiva las frases de Hitler sobre la pérdida de tiempo y de ocasiones estratégicas: “El tiempo transcurrido hasta ahora no es tiempo totalmente perdido. Desde luego que no hemos recibido tanta cantidad de cereales como la que Vd. nos ofrece (…) pero sí una parte de las necesidades diarias del pueblo para el pan cotidiano”.  Exponía el deseo de que “las negociaciones se aceleren todo lo posible. Para este fin le he enviado hace unos días algunos datos sobre nuestras necesidades” (las exageradas peticiones recientes), y añadía, para mayor injuria: “Estos datos se pueden revisar de nuevo, ordenar, justificar y volver a tratar sobre ellos”, con el fin de “llegar a una decisión rápida” (¡!). Con auténtico descaro  explicaba su observación sobre la meteorología  como “solamente una respuesta a su indicación, pero en ningún caso un pretexto para aplazar indefinidamente lo que en el momento adecuado será nuestro deber”.  Mostraba su acuerdo con el cierre de Gibraltar,  pero exigía el simultáneo de Suez. Negaba que sus reivindicaciones coloniales fueran abusivas, “mucho menos cuando se tienen en cuenta los enormes sacrificios  del pueblo español en una guerra que fue precursora de la guerra actual”. En fin,  “El acta de Hendaya, permítame que se lo diga (…) debe considerarse hoy como obsoleta”.  El acta especificaba el compromiso español de entrar en guerra, aunque sin fecha definida.

Según la peculiar interpretación de Preston,  la carta de Franco “revela entusiasmo por la causa del Eje”.  Hitler, desde luego, la entendió de otro modo,  y no es de extrañar.  Aun más curiosa esta consideración del historiador inglés: “El 26 de febrero  Franco respondió por fin a la carta de Hitler de hacía tres semanas. Con la caída de Yugoslavia y Grecia  ante el general Rundstedt y con Rommel reforzando las fuerzas del Eje en el norte de África,  Franco estaba de humor para volver a la subasta, pero su precio se había elevado”.  La situación era la contraria. Las campañas de Rundstedt y Rommel no comenzarían hasta casi un mes y medio más tarde, y en aquel momento el Eje se hallaba ante el fracaso de la batalla de Inglaterra y  las tremendas derrotas italianas en África. Precisamente estos hechos impulsaban en mayor medida a Hitler a buscar la intervención de España.

La carta de Franco obliga a replantearse sus verdaderas motivaciones. Tenía, por fuerza que estar de acuerdo con Hitler  en que sus intereses caían del lado del Eje,  en que las democracias  “nunca le perdonarían su victoria” en la guerra civil, y en que la derrota alemana significaría el fin del franquismo. Sabía que Alemania solo podía abastecerle  parcialmente, pero  también que una Inglaterra acosada estaba en la misma situación, y además interesada en reducir a España a la penuria, como realmente hacía.

Y no solo contaban los intereses generales, sino también la máxima probabilidad, por entonces, de la victoria  germana. Hitler había fracasado, al menos de momento, en la invasión de Inglaterra, pero Churchill no podía pensar siquiera en invadir el continente para vencer a su enemigo. Solo podía tratar de ganar tiempo hasta que interviniera Usa, y antes de que ello ocurriera podía haber recibido tales golpes que se viera obligado a pedir la paz. Sin duda la contienda traería a España hambre masiva y la probable pérdida de las Canarias y otros daños, pero,  en la perspectiva de una victoria final del Eje, serían sacrificios pasajeros, que no podían preocupar a un dictador sediento de sangre e insensible a los sufrimientos de las masas, según suele presentársele (contra muchas evidencias).  Por otra parte, la promesa  churchilliana de  sangre, sudor, esfuerzo y lágrimas,  valía también para España en una situación extrema. Por tanto, entrar en guerra permitiría a Franco participar en el Nuevo Orden europeo, mientras que abstenerse le llevaría a chocar con un Führer defraudado y hostil, que lo derrocaría sin mucho trabajo.

Parece poco creíble, pues, la imagen de un Caudillo empeñado en preservar la no beligerancia, como le han presentado algunos franquistas posteriormente. Todas las razones militaban para él, en principio,  a favor de la guerra. Y seguramente era sincero cuando la prometía al Führer.  Entonces, ¿por qué no cumplía? Probablemente era menos sincero cuando afirmaba que no pensaba dejar que alemanes e italianos corrieran con la sangre y los sacrificios para sacar tajada en el último momento. En realidad era eso, justamente, lo que quería, como él había indicado a Serrano Súñer: guerra corta, sí, sin vacilar; guerra larga, solo cuando estuviera prácticamente resuelta.  Y como la guerra se prolongaba,  había que esperar el momento oportuno.  De una guerra larga España podría salir vencedora al lado de Alemania, pero exhausta y destrozada, y por ello supeditada por completo al auténtico vencedor. Franco tenía constancia de las ambiciones nazis de satelizar España, y eso nunca lo aceptó, aunque se viera obligado a hacer concesiones ocasionales. Él quería llegar al Nuevo Orden con la mayor fortaleza posible, y sus exigencias coloniales en África formaban parte de ese designio.

Por supuesto, Franco no podía ignorar los muy graves contratiempos que ocasionaba a sus amigos, y no cabe pensar que  deseara sabotearlos. Pero obraba en la confianza de que no les causaba perjuicios irreversibles. Por otra parte le interesaba la victoria hitleriana… pero no tan apabullante que redujera al resto del continente a la impotencia. Así, pese a desear hacerse con varias colonias francesas,  le convenía una Francia potente,  como contrapeso a la hegemonía alemana.  Y una Italia fuerte, a pesar de que sus planes sobre el Magreb entrasen en conflicto con los españoles.  Algo parecido cabe decir de Inglaterra,  con la cual procuraba mantener relaciones aceptables, a pesar de todo. De ahí que su política se nos presente como una serie de medidas  contradictorias. Hacía ofertas y promesas a Berlín, y al mismo tiempo buscaba acuerdos y créditos en Londres y Washington; proclamaba su amistad con Mussolini, pero tomaba medidas en Tánger y Marruecos  contra los intereses italianos; exigía  parte del imperio francés, pero procuraba mantener buenas relaciones con la Francia de Vichy; afirmaba que su acercamiento a Portugal  perseguía alejar a éste de la órbita inglesa, cuando cualquiera podía entender lo contrario…

En realidad, la situación no podía ser más compleja, y creo que solo teniendo en cuenta los embrollados y contradictorios intereses en juego se pueden  entender las aparentes contradicciones de la política franquista. El eje de ella consistía en entrar en la guerra solo en el momento oportuno y con los menores sacrificios para España; mientras tanto, procuraba ganar tiempo y no perder bazas, lo cual implicaba asumir serios riesgos, como el de una invasión de la Wehrmacht o un asfixiante bloqueo británico. Al final, el momento oportuno nunca llegaría, y este cálculo oportunista demostró ser, finalmente, el más prudente y beneficioso para todos. Menos, paradójicamente, para sus amigos del Eje.  

Pio Moa

 

HITLER ANTE FRANCO. (por Pío Moa)

HITLER ANTE FRANCO. (por Pío Moa)


Hace años un conocido mío me enseñó un artículo escrito por él,  rebosante de indignación  por los tratos secretos de Franco con Hitler y Mussolini, que a su juicio habían ligado a España a la suerte del Eje.
--Claro -- le repliqué --, y por eso España entró en la guerra mundial, fue arrasada por los bombardeos de los alemanes y los Aliados,  y finalmente el régimen de Franco sucumbió junto con los de Hitler y Mussolini. Todo el mundo lo sabe.
 -- ¡Pero hombre! ¡Si hoy está clarísimo que  si Franco no entró en guerra no fue porque él no quisiese, sino porque no le convino a Hitler…!

El articulista tenía  ideas muy claras. Había leído a Preston y  a Antonio Marquina, y despreciaba sin ambages a Ricardo de la Cierva, cuya lectura le parecía innecesaria. Y como Reig da la vara con el tema, lo trataré con alguna amplitud.

Sin  duda alguna, mantener a España fuera de la guerra fue un mérito histórico trascendental,  un inmenso beneficio para España y aun mayor, probablemente, para las potencias anglosajonas. Ahorró a nuestro país torrentes de sangre, lágrimas y devastación, ante lo cual el hambre de aquellos años,  sobre todo la del invierno del 40-41, resulta un coste menor; y libró a los Aliados de un desastre que podría haberles llevado a la derrota.  Obviamente, el máximo responsable de la política española en aquellos años lo es también de tales hechos, tanto más valorables  por cuanto la izquierda perseguía el objetivo opuesto: meter a España en la contienda mundial, después de haber intentado prolongar la civil con el mismo fin, sin reparar en las destrucciones y nuevos cientos de miles de muertos que habría acarreado.

Pero el odio lisenkiano a Franco es tal que prefiere  conceder el crédito de tal ventura al mismísimo  Hitler, una monstruosidad muy en línea con su imagen de un Frente Popular democrático. Con Franco se rompe una norma elemental: la responsabilidad mayor de una victoria o de una derrota, de un éxito o de un fracaso, recae en quien ostenta la dirección, aun si es un subordinado el ejecutor más inspirado o el autor del plan, o si intervienen sucesos imprevistos. Franco venció, hasta su muerte,  a sus muchos y peligrosos enemigos militares y políticos, y no obstante miles de intelectuales, a izquierda y  derecha, lo pintan como un sujeto mediocre, gris e inepto ¡Sus  éxitos se deberían,  siempre,   a cualquier persona o circunstancia menos a él…!

La interminable polémica en torno a la política de Franco hacia Hitler  viene distorsionada de raíz por dos enfoques falsos: el de los lisenkos y asimilados, y el  de algunos franquistas empeñados en presentar al dictador español desafiando y burlando al nazi. Como  nos ilustra Marquina,  la idea de que Franco resistió a Hitler y los alemanes fueron engañados por los gobernantes españoles es ridícula. Desde luego. Pero mucho más ridícula la tesis de que  fue Hitler y no Franco el “culpable” de la paz de España. Según ella, Hitler habría tenido un interés muy relativo, o ninguno, por la beligerancia española, y era Franco quien insistía en ella. En algún momento, Hitler la habría aceptado, pero el precio exigido por el Caudillo le había parecido excesivo, por lo que lo habría rechazado sin problemas, máxime cuando su atención se dirigió pronto a la invasión de Rusia. De este modo, involuntario pero efectivo,  habría salvado a nuestro país de las ansias belicistas de Franco y de la correspondiente masacre.

A mi juicio ningún documento clarifica mejor el conjunto de las relaciones y actitudes hispano-germanas que la larga misiva escrita por Hitler a Franco el 6 de febrero de 1941. El documento merece la máxima atención analítica de cualquier historiador serio. Hitler exponía la enorme trascendencia de la conquista de Gibraltar, bastante bien comprendida por él, al contrario que por muchos comentaristas: “Habría dado un vuelco inmediato a la situación en el Mediterráneo”;  “Habría ayudado a definir la historia del mundo”.  Y no exageraba mucho.  La  toma de Gibraltar habría inutilizado prácticamente la base británica de Malta, impedido la entrada o salida de barcos ingleses  en el Mediterráneo occidental y respaldado con la máxima eficacia la prevista ofensiva de Rommel en Libia.  Y tenía una dimensión global mucho mayor,  pues abría paso a  la ocupación de la costa occidental norteafricana, impidiendo un posible desembarco inglés o anglouseño (que ocurriría). Además, en la concepción del almirante Raeder,  habría permitido al ejército alemán conquistar el norte de África hasta el petróleo de Oriente Medio, creando una tenaza desde el sur  sobre la Unión Soviética, cuya  invasión estaba prevista para unos meses después. Esta tarea se hallaba muy al alcance del ejército alemán, incluso de una fracción de él,  pues, como pronto se demostraría, el ejército inglés no era todavía enemigo para la Wehrmacht.

La importancia otorgada por el Führer a Gibraltar explica su frustración  y amargura ante las dilaciones de Madrid: “Si el 10 de enero hubiésemos podido cruzar la frontera española, hoy estaría Gibraltar en nuestras manos”;  “Se han perdido dos meses, y en la guerra, el tiempo es uno de los más importantes factores. ¡Meses desaprovechados muy a menudo no se pueden recuperar!”; “¡Lamento profundamente, Caudillo, su parecer y actitud!”. Realmente Franco estaba causando  a Hitler unos daños estratégicos de la máxima trascendencia, como percibía  con nitidez el interesado, que también reprochaba al español,  razonablemente,  sus excesivas ambiciones en África: “Me permito indicar que la mayor parte del inmenso coste en sangre en esta lucha lo soporta hasta ahora Alemania en primer lugar, y luego Italia, y ambos, a pesar de ello, solamente han presentado modestas reivindicaciones”.

Sospechando que Franco se estaba “vendiendo” por los alimentos británicos, Hitler  le prevenía de que  Inglaterra no tenía intención de ayudarle sino solo de “retrasar la entrada de España en guerra, de paralizarla y con ello incrementar sus dificultades permanentemente y así poder finalmente derrocar al actual régimen español”; aparte de que aun si Inglaterra, “en un arrebato sentimental nunca visto hasta ahora en su historia, quisiera pensar de otro modo, no le sería posible ayudar realmente a España (…) en una época en que ella misma está obligada a rigurosas reducciones en su nivel de vida”, las cuales irían en aumento. En fin, insistía Hitler, “Estamos comprometidos en una lucha a vida o muerte”, y  “En esta histórica confrontación debemos atender  a la suprema lección de que en tiempos tan difíciles más puede salvar a los pueblos un corazón valeroso que una al parecer inteligente precaución”.

Es difícil expresarse con mayor claridad y deshacer con mayor contundencia la impresión creada por Preston, Marquina y tantos otros.  Pero  a nuestros tuñonianos  y asimilados les da igual. Ellos saben mejor que Hitler lo que Hitler pensaba y quería, como les ocurre con Azaña, con Largo Caballero o con cualquiera.

No menor interés tiene el tono general del documento, persuasivo y casi implorante tras haber fracasado, diez días antes, una conminación de Ribbentrop con carácter casi de ultimátum;  un tono que asombra aún más cuando  Franco le respondiera con otra carta casi insolente.  Ante los graves perjuicios que España  estaba causando a sus planes, Hitler tenía poder muy sobrado para  imponer sus intereses por la fuerza, y sin embargo no lo hizo. No invadió la península, aunque estuvo tentado de hacerlo. Sabemos aproximadamente por qué: la invasión le hubiera sido fácil, pero temía verse enfangado en una reedición del laberinto napoleónico a sus espaldas, mientras preparaba el ataque a Rusia desde Europa. Por lo tanto creyó que solo le convenía atacar Gibraltar con el permiso de Franco, y sus esfuerzos se dirigieron a ello, alternando la  conminación y la persuasión. Probablemente cometió un error, comparable, por sus efectos,  a su vacilante planeamiento de la batalla de Inglaterra.

La carta del Führer demuele también, como veremos,  las argucias, más bien que argumentos,  con que el Caudillo justificaba sus demoras, lo cual obliga a replantearse la verdadera actitud de éste, así como su evolución.  

PIO  MOA.

FRANCO-HITLER: LA TÁCTICA DE BERTOLDO (por Pío Moa)

FRANCO-HITLER: LA TÁCTICA DE BERTOLDO (por Pío Moa)

Así pues, Hitler mismo desmiente las enrevesadas construcciones  de nuestros lisenkos, al señalar su prioridad, durante varios cruciales meses, en conseguir  la entrada inmediata de España en guerra. Y Franco, como queda igualmente de manifiesto, tuvo como prioridad abstenerse de entrar en aquellos momentos,  con lo cual salvó al país (y a los anglosajones) de una catástrofe. El interés del dictador alemán  no radicaba, claro está, en la ayuda que pudiera prestarle el ejército español,  pues sabía de sobra sus malas condiciones, así como las de la  economía del país en general. De hecho,  se quejaba de que Franco no cesaba de pedir, sin dar  a cambio más que buenas palabras. Lo interesante para Hitler era el permiso de paso hasta Gibraltar. En Suecia, las tropas alemanas circulaban sin trabas hacia y desde Noruega o Finlandia, sin perjuicio de su neutralidad, pero tal caso no se repetía en España: aquí una situación pareja significaba necesariamente la beligerancia.

Resuelta esta cuestión en lo esencial (aunque siempre habría que matizar muchos extremos), debemos examinar la cronología de la relación entre Franco y Hitler, pues las actitudes mutuas cambiaron de forma muy palpable, a veces bruscamente, en aquellos años.  La historiografía lisenkiana presta muy poca atención a la primera declaración de neutralidad de Franco, ya en 1938, en plena guerra civil y durante la crisis de Munich, cuando pareció a punto de estallar la guerra europea. Tal declaración despertó indignación en Berlín y en Roma, que ayudaban en aquel momento a los nacionales y la vieron como una prueba escandalosa de ingratitud.  Pero Franco la hizo por dos razones: una obvia,  alejar el peligro de una invasión francesa por los Pirineos. Otra, menos mencionada,  la idea de que una contienda entre las democracias y los fascismos supondría un desastre para toda Europa, del que solo sacarían beneficio Stalin y los movimientos revolucionarios.

Franco detestaba semejante eventualidad,  pero no se hacía ilusiones al respecto. A finales de mayo de 1939, cuando muchos pensaban que el choque europeo podría aplazarse o evitarse, advirtió de la proximidad del mismo,  “más terrible de lo que la imaginación alcanza”, porque  destruiría “los puntos vitales de la nación, las fábricas y las comunicaciones”.  Por ello,  cuando la contienda mundial comenzó efectivamente, a principios de septiembre, se apresuró a pedir la paz y a declarar de nuevo la neutralidad española. No podía hacerle ninguna  gracia, además, la agresión  concertada de nazis y soviéticos contra la católica Polonia.  En la ocasión declaró: “Con la autoridad que me da el haber sufrido durante casi tres años el peso de una guerra para la liberación de mi patria, me dirijo a las naciones en cuyas manos se encuentra el desencadenamiento de una catástrofe sin antecedentes en la Historia,  para que eviten a los pueblos los dolores y tragedias…” Con la contienda en marcha,  apelaba “al buen sentido y responsabilidad de los gobernantes para encaminar todos los esfuerzos” a  no extenderla.  Se trataba, volvió a insistir al final del año, de “una lucha estéril”, cuyo resultado, venciera quien venciere,   “será igual de catastrófico”.

Vale la pena comparar esta actitud con la de Mussolini, ya ligado a Hitler por el “Pacto de acero”, pero muy desconfiado de la ventura que pudiera salir de ahí,  según  cuenta Ciano: “Haré como Bertoldo –decía  el Duce--. Aceptó la condena  a muerte con la condición de escoger el árbol apropiado para ser ahorcado. Es inútil decir que no encontró nunca ese árbol. Yo aceptaré entrar en guerra, reservándome la elección del momento oportuno” que muy bien podría no llegar nunca: “Deseo ser yo solo el juez, y mucho dependerá de la marcha de la guerra”.

Sin embargo en 1940 se produjo el  increíble y decisivo cambio. Ya habían sido harto impresionantes la rápida victoria alemana sobre un ejército polaco nada  desdeñable, en septiembre de 1939,   y la conquista de Dinamarca y Noruega con fuerzas muy reducidas y sin dominio del mar, en abril de 1940. Pero en mayo, las tropas de Hitler barrían en pocas semanas a los ingentes ejércitos francés y británico,  además del belga y el holandés. Era algo absolutamente pasmoso, nunca visto.  Nada  que ver con la I Guerra Mundial, a cuya experiencia se atenía el análisis de Franco, admirador por otra parte del ejército francés.  Nada de una larga contienda de desgaste, nada de  arruinamiento del continente y desesperación de las masas, nada de peligro revolucionario. La URSS había aprovechado para ocupar a su vez los países bálticos y una parte de Rumania, pero eso era todo, y no estaba en condiciones de explotar la situación creada en el occidente europeo. Más aún, el Kremlin había felicitado con extraordinaria efusividad a Hitler por su victoria y había contribuido algo  a ella, movilizando a los comunistas franceses para sabotear  el esfuerzo defensivo de su país frente a la invasión nazi.

Aquello trastornaba de modo radical todas las perspectivas. Lo más racional y razonable  para Franco era cambiar  su actitud, por todas las poderosas razones ya expuestas en el artículo anterior.  Un nuevo orden se anunciaba en Europa, y nada le convenía menos que marginarse de él. Lo mismo pensó Mussolini, que aprovechó el momento para abandonar el método de Bertoldo y elegir, por fin, el árbol del que había de ser ahorcado. El Caudillo, a pesar de la tremenda tentación, adoptó una  posición bastante más prudente: precisamente la de Bertoldo. A través de los momentos de mayor o menor tentación se percibe con claridad el hilo conductor de su política: él elegiría el momento de la intervención, según marchara  el conflicto.   

También Hitler cambió su actitud hacia Franco de forma bastante radical. En un primer momento, mientras esperaba que Churchill aceptara la paz, no le interesaron Gibraltar ni, por tanto, la postura española, y pensaba en el Mediterráneo como esfera de influencia de su aliado Mussolini. Pero  al mostrarse Inglaterra irreductible, Franco empezó a influir en la estrategia alemana. Hitler pensó incluso en un gran engaño, prometiendo a Franco cuanto quisiera, sin intención de cumplirlo,  para arrastrarle a la lucha. Pero el fundado temor de que tal promesa trascendería y perjudicaría sus relaciones con la Francia de Vichy le empujó a una política irresoluta. En octubre de 1940 viajó a Hendaya y a Montoire para obtener la intervención de Franco y de Pétain y no consiguió ninguna; a continuación marchó rápidamente a Florencia para detener a Mussolini en su insensata invasión de Grecia, y llegó tarde. Fueron tres auténticos reveses a manos de sus aliados o amigos, reveses de gran trascendencia sobre el curso de la guerra, aunque ello apenas pudiera vislumbrarse entonces. Poco después, fracasada de momento la invasión de Inglaterra, y con Italia sufriendo graves derrotas en Libia y en Grecia, la política de Berlín en relación en relación con  España se volvió ansiosa. Como resume el historiador N. Goda, durante ocho meses, hasta finales de febrero de 1941, Hitler persiguió la intervención española, “con energía y coherencia, con numerosos cambios y alteraciones”. Solo entonces abandonó provisionalmente la Operación Félix para concentrarse en la invasión de la URSS.  El abandono provisional iba a convertirse en definitivo.

El mismo dictamen vale para la política de Franco, sus cambios y alteraciones dentro de  una línea principal de acción seguida con tenacidad y coherencia.  Mantener el rumbo en aguas tan turbulentas  y con tales fuerzas en juego exigió, desde luego, una habilidad sobresaliente,  que nuestros lisenkos, los Ángel Viñas, Moradiellos, Reig y demás no consiguen apreciar, obsesionados en demostrar la ineptitud y simpleza de  quien, insistamos, venció a todos sus enemigos, una y otra vez, a lo largo de cuarenta años. ¿Será excesiva la sospecha de que la simpleza, inducida por prejuicios y fobias,  se encuentra más bien en tales analistas?  

PIO MOA

Carmen Calvo y sus frases "célebres"

Carmen Calvo y sus frases "célebres"

Frases de C.C.

Frases geniales de la ministra de incultura

Esta Señora debe ser de la LOGSE.....
Asunto: Frases de Carmen Calvo.... Sin comentarios
 
 Conjunto de frases celebérrimas pronunciadas por  la excelentísima titular del Ministerio de Cultura, Sra. Carmen Calvo (se habrá quedado calva).
-  "Yo he sido cocinera antes que fraila" (Lastima que no siga siendo cocinera)

-   "El español está lleno de anglicanismos." (Evidentemente querría decir anglicismos)

-  "Un concierto de rock en español hace más por el castellano que el Instituto Cervantes" (Pues que cierre el Instituto y promueva
conciertos de los Mojinos Escocíos)

-  “Me gusta madrugar para poder pasar más rato en el baño: Allí leo el periódico, oigo la  radio, oigo música y hablo por teléfono con alcaldes" (...en bragas..... Sin comentarios)

-  "Estamos manejando dinero público, y el dinero público no es de nadie"  (Eso debieron pensar Vera, Roldan y compañía)

   En Pamplona, en los San Fermines: "Si quieres que te sea sincera, pensé que se vestían así cuatro, los que vemos por la tele corriendo el  encierro. Pero todos vamos con uniforme, es fantástico." (Mi hija de 4 años creía lo mismo)

-   "El Rocío es la explosión de la primavera en el Mediterráneo." (La frase es muy bonita, lástima que Huelva esté en el Atlantico)

-  "Deseo que la Unesco legisle para todos los planetas" (Y no lo dijo al salir de la guerra de las galaxias)

-  "Las señoras tienen que ser caballeras, quijotas, manchegas." (A mí me gustan femeninas y cultas)

-   En referencia a la piratería, la titular de Cultura Carmen Calvo, recordó las palabras de Leonardo da Vinci cuando dijo que "lo que mueve el mundo no son las máquinas, sino las ideas" y defenderlas frente al plagio es una batalla necesaria para la sociedad".  (Lástima que la frase sea de Victor Hugo).

Mujer castellana ejemplar

Mujer castellana ejemplar

Se llamaba  María Antonia Rodríguez y era de Rollán
(Salamanca).   Campesina alegre y sencilla, esta mujer
del pueblo escribía y recitaba poesías. Dulce  como
los poetas, tenía alma de apóstol. Con su esposo,
Agustín, compartía las tareas agrícolas para sacar
adelante a sus ocho hijos; su interés por educarlos
cristianamente, disolvía los obstáculos de las labores
agropecuarias, como se derrite la nieve con los rayos
del Sol.  Con juegos y cantares,  aquellos muchachos
revoltosos aprendían de su madre el catecismo,
mientras recogían  todos las gavillas o se divertían
dando vueltas en la parva con el trillo u ordeñando
las vacas.  Con  pedagogía alegre, les enseñaba la
madre  poetisa. Ante este ejemplo, ¿habrá padres que
puedan decir que no saben cómo hablar de Dios a sus
hijos? Me recordaba, María Antonia, a las madres
santas de la Historia (Mónica de Tagaste, madre de San
Agustín; Juana de Haza, castellana y madre de Santo
Domingo de Guzmán...), que se santificaron en el amor
a su marido y en la educación esmerada de sus retoños,
 que a ella le salieron alegres y entrañables. En su
entierro ( 23 de junio, festividad del Corazón de
Jesús, su devoción predilecta junto a la Eucaristía y
a la Virgen de Fátima) me embargó una profunda
emoción; no tanto, aunque también,  por decir adiós a
una amiga y madre de amigos, cuanto por tener la
impresión de que asistía a la despedida de una santa (
más que encomendar su alma a Dios, se me ocurrió
encomendarme yo a ella). El funeral fue impactante. La
razón me la dio una señora del pueblo: "teníamos que
venir: era una gran mujer y una gran familia".  La
conducción de féretro se convirtió en festiva
procesión:  se cantaba por el camino ( con himnos de
alegría, comenzó también su funeral). Con cinco hijos
consagrados, ¿no evoca esta familia a la de Santa
Teresita?  Juani (+) fue su primer fruto de santidad.
Los santos son muy distintos y sus formas de
santificación, diferentes; pero se parecen en que
acogen y abrazan la voluntad de Dios.  María Antonia
se distinguió por la formación cristiana que supo dar
a sus hijos (catecismo,  visita al Sagrario y a los
enfermos ), en  lo que participó, acaso sin saberlo,
Agustín, gran admirador de su esposa. Cuando los
padres se apoyan y admiran, ¿ no es verdad que sus
consejos y enseñazas se revisten de mayor autoridad?


Josefa Romo