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Acaso no nos importa?

Acaso no nos importa?

 

Qué duda cabe que a toda persona importa aquello que más le afecta, tanto en lo material como en lo espiritual. ¡Claro que sí!. Pero ocurre a veces que no llegamos a darnos cuenta de la importancia que, para unos u otros, tienen algunas cosas. Es que son tantas las cosas que ocurren, de forma natural o forzada, que no hay posibilidad de estar al corriente de todo ello. Eso, o algo parecido, se suele decir, como excusa, cuando algo nos sorprende y nos hace daño y hasta es posible que lo sea de consideración y quién sabe si imposible de hacerlo desaparecer o, cuando menos, de paliar. La realidad es que la vida supera, con creces, la capacidad personal y por ello, si de verdad nos interesa la vida que se nos ha proporcionado, hay que ocuparse muy seriamente de encontrar las ayudas que nos son necesarias.

 

El aislamiento es sumamente perjudicial. Hace daño a uno mismo y a esa parte de la sociedad en la que se tiene obligación de estar en forma activa, no como algo inerte o como algo que no produce beneficio sino como elemento fértil, pujante y decidido a que la vida de uno mismo y de otros, de la sociedad en definitiva, tenga el valor de la verdad que a toda la humanidad invita a hacer el bien, a que ésta sea justa y entregada a ayudar al que no puede o no sabe ayudarse a sí mismo. No se puede comprender que alguien diga que no le importan esas personas que no tienen donde vivir ni siquiera comer algo que tenga el bendito sabor del amor. Quizá nuestras palabras no digan que no nos importan, pero ¿qué hacemos por ellos?.

 

Nadie tiene permiso para no ocuparse de lo que nos rodea y de aquello que pueda llegar a ser realidad. Todos, como conjunto, y cada uno personalmente, tenemos la obligación de vivir la realidad de la vida de la sociedad; esa vida a la cual contribuye toda persona. Si esa contribución fuera escasa, nula, engañosa o cruelmente negativa, se estaría haciendo daño a ese precepto, tan divinamente humano, que nos señala que hay que amar a toda otra persona, cualquiera que sea, hasta dar su vida por ella si fuera necesario. Importa esto en la vida para dar verdadero valor, el del amor que no tiene límites, a lo que se haga.

 

¿Es que no se quiere una sociedad en la que la injusticia no exista?. Claro que se quiere y así lo decimos todos aunque sea con el añadido de que el empeño resulta imposible; que todo fracasará porque cada cual atenderá antes que nada, o de forma exclusiva, a su propio bienestar. Hay que reaccionar, ante ese conformismo de base egoísta, con fidelidad a la verdad; a esta verdad que llena de amor el alma; de ese amor que se hace tanto mayor cuanto más grande sea el dolor que se siente por aquél que nada tiene y que todo necesita.

 

A veces no sabemos dónde o a quién acudir para iniciar ese camino que conduce a la verdad, o tal vez para afianzar y fortalecer nuestra decisión de vivir en la verdad del amor a la humanidad. Esa ayuda nos la proporcionará la oración, si a ésta llevamos el clamor del dolor que nos causa el olvido de aquello que tanto nos importa: la entrega de amor a los demás.

 

Manuel de la Hera Pacheco.-.19.Mayo.2006

 

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