La polémica en torno a la película El código Da Vinci tiene connotaciones de interés también para la prensa y los medios de comunicación modernos, tan dedicados al infotainment, a la información amarillista (o rosa, según prefieran ustedes un color u otro) teñido de puro entretenimiento: ¿Dónde está la frontera que no se debe traspasar entre realidad y ficción, entre datos reales e intoxicación (política, literaria, religiosa... el adjetivo puede variar)?
Viene esto a cuento de un acerado análisis publicado en The Guardian por Sir Simon Jenkins, el columnista del periódico londinense que también es ex director de The Times y marido de la actriz norteamericana Gayle Hunnicutt (una conexión con el mundo del cine que, en este caso, no es baladí), titulado La importancia de los hechos. La tesis de Jenkins es sencilla: los hechos sobre los que se apoya el libro de Dan Brown y por ende la película, son falsos, y por ello la descripción de esa obra como novela histórica es injustificada, y por ello hay que denunciar el barniz engañoso de película basada en la Historia que ha hecho el éxito del filme, como lo de novela histórica fue todo el morbo del libro.
El prólogo del libro dice, tajante: «El Priorato de Sión, sociedad secreta europea fundada en 1099, es una verdadera organización». Entre sus miembros estuvieron supuestamente Newton, Botticelli, Víctor Hugo y, claro, Leonardo Da Vinci. Sostenían que Jesucristo estuvo casado con María Magdalena, tuvo un hijo, y se postularon en guardianes de sus descendientes, pese a que muchos fueron brutalmente asesinados por el Opus Dei. Morbo insuperable...
Lo que sucede es que todo es mentira, subraya Jenkins: lo del Priorato es una falsedad perpetrada en los años 50 del siglo XX por un estafador francés, como está ampliamente demostrado. Se la creyeron la BBC (¡cómo no!) y los autores de un best seller de 1982, que es de donde lo extrajo todo con gran desahogo Brown.
Los guionistas y escritores, recalca Jenkins, defienden hoy con fiereza su derecho «creativo» a inventarse las cosas. Licencia poética, vamos. Pero lo que Brown ha hecho es manipular, «no ideas religiosas recibidas, lo que no es dañino ni tiene nada de nuevo, sino otro objeto de culto distinto: la comprensión de la verdad por su audiencia, su reverencia instintiva por los hechos».
Frente a esto, los periodistas comparten con los historiadores «una obligación residual para con la verdad», y en opinión de Jenkins los novelistas históricos deberían aceptar la misma disciplina: «No deben colocar la batalla de Hastings en 1067 [en vez de 1066]». Pero muchos lo hacen sin recato, y muchos cineastas también mezclan inextricablemente hechos y ficción. Jenkins cita a Oliver Stone en JFK y Stephen Spielberg en La lista de Schindler. Los efectos de los seudodocumentales pueden ser terribles: El nacimiento de una nación de Griffith relanzó el Ku Klux Klan. Y el éxito enorme de Da Vinci lo convierte en «la apoteosis de la mentira».
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