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El chico de los encargos

El chico de los encargos

 

A veces nos gusta, a pesar de los muchos años, que nos hagan un encargo en casa porque es una posibilidad de demostrar, tanto a la persona que encarga como a uno mismo, que tenemos capacidad para llevarlo a cabo. Por lo general no son grandes cosas las que hay que llevar a cabo; tal vez se trate de comprar una barra de pan o algo de postre que, a última hora, se ha visto que falta, pero que son más que suficientes para que se piense que si no se hace ese encargo con rapidez, poniendo además mucha atención en lo que se adquiere, faltaríamos a la atención que se debe a nuestra familia. Además se recuerda aquella época en la que se era el pequeño de la familia; en la que se recibía con gusto cualquier encargo de ese tipo ya que, en general, suponía recibir algún regalillo tanto en el comercio como en casa.

 

Hay otros encargos, de más importancia, que se hacen a personas consideradas como idóneas para llevar a buen fin esa misión. No siempre resulta acertada esa elección, sobre todo cuando se lleva a cabo bajo algún tipo de presión, lo cual se traduce en una cierta falta de entendimiento entre quien encargó y quien recibió la misión. En algún caso se acepta un cierto riesgo si la situación es delicada, comprometida o tal vez desesperada; quizá no haya otra solución mejor que la que ese encargado pueda aportar y a él se confía la misión, aunque se sepa de antemano que el criterio de esa persona difiere, en cierta medida, de lo que piensa el que necesita que se arregle la cuestión que se ha encargado. Situación delicada, sin duda.

 

Cuando esto ocurre se pone de manifiesto la importancia que tiene la formación de la persona, dentro del inapreciable don de la libertad. Hay quienes se subordinan a conceptos materiales o a ideas carentes de verdadero valor que, además, aprisionan su mente, haciendo que pierdan capacidad - a veces en gran medida - para comprender las razones en las que se fundamentan los hechos que tienen obligación de conocer y sobre los que deben dar opinión o, en su caso, decidir. Personas así, con esa defectuosa formación, cometerán errores que, en ocasiones, serán muy graves si su labor está dominada por el desconocimiento de la verdad.

 

La situación actual de la sociedad es sumamente complicada. Hay cuestiones que no deben ser despachadas a base de discursos fáciles, basados exclusivamente en pareceres muy personales que pueden haber sido puestos en duda por parte de la sociedad. Es necesario, en esa situación especialmente, actuar con pleno respeto a la verdad, a lo que realmente demanda la justicia y sin interpretaciones de la vida que chocan frontalmente con las de otros muchos. A estos no se les puede relegar, una y otra vez, a la condición de muy equivocados y de faltos de sentido de la realidad. ¿De qué realidad se habla en esos casos?.

 

Quienes reciben el encargo de dirigir la sociedad no deben intentar cumplirlo como el que va a comprar algo que, a última hora, se necesita para el almuerzo, por mucha que sea la voluntad y cariño que estos suelen poner. Sus previsiones deben ser muy exactas, ajustadas a la verdad de forma plena para que a nadie le falte lo que necesita en cada lugar y situación. Cualquier otra cosa será defectuosa; A veces gravemente defectuosa.

 

Manuel de la Hera Pacheco.- 22.Mayo.2006

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