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Inclusión de Contadores

Inclusión de Contadores

Uno de los contadores más efectivos que existen es Nedstat Basic, un sistema de estadísticas gratuito para sitios web particulares.

Estos son los pasos a seguir para que tu blog cuente con un contador propio y así tener información sobre quiénes, cuántos, cómo y desde dónde visitan tu blog:

1. Crea una cuenta Nedstat Basic. Allí debes especificar la URL o dirección del blog y tu correo electrónico a donde te escribirán para confirmar tu nombre de usuario y el código que insertarás en tu blog.

El código que te darán es extenso. Comienza así:

<!-- Begin Nedstat Basic code -->

Y termina con esta otra etiqueta:

<!-- End Nedstat Basic code -->

2. Copia todo el código que te han enviado a tu correo electrónico y pégalo en la sección “Sobre mí” que hay en el menú de navegación de tu blog, justo en el orden en que quieras que aparezca.

Si quieres que el contador de tu blog aparezca precedido por una categoría que haga énfasis en él, como “Estadísticas”, puedes crearla mediante las etiquetas <h2> y </h2>, también dentro de la sección “Sobre mí”, así:

1. Copia el texto que utilizarás para que las personas te identifiquen:

A través de este blog experimentaremos y aprenderemos un poco más acerca de todo el provecho que podemos sacarle a nuestro blog. Por supuesto, es de todos. Cuéntanos tus dudas.

2. Crea una categoría:

<h2>Estadísticas</h2>

3. Ahora pega todo el código de tu Nedstat Basic. Para mantener una alineación correcta de los enlaces en la nueva categoría, en este caso el enlace de tu contador dentro de la categoría de ESTADÍSTICAS, es importante que encierres el código dentro de estas etiquetas: <ul> y <li> con sus respectivos cierres, así:

<ul>

<li>

Código completo de tu contador

</li>

Del cielo llovió sangre

Del cielo llovió sangre

EL último número de la revista Astrophysics and Space Science acaba de revelar una apasionante polémica entablada entre varios científicos sobre un insólito fenómeno ocurrido hace cinco años, y ya casi olvidado. En el verano de 2001 cayeron en Kerala, al sur de la India, una serie de chubascos de gotas coloreadas de color rojo. La primera explicación lógica de los investigadores locales era que la coloración se debía a arena que había sido transportada por los vientos que soplaban en Arabia. Pero pronto se dieron cuenta de que se trataba de células biológicas dotadas de paredes espesas y una estructura interna. Un estudio realizado por el gobierno concluyó que eran células o esporas de algas. La teoría se mantuvo en pie hasta que Godfrey Louis sugirió que las células no provenían de ningún lugar de la Tierra, sino del espacio exterior, y que habían llegado en un gran meteorito que cruzó sobre la costa de la India a una velocidad supersónica.
Cuentan los viejos libros que 183 años antes de nuestra era llovió sangre en Cartago, y que lo mismo ocurrió el año 48 en Roma, en 1551 sobre los techos de Lisboa y en 1926 en el norte de Italia. Primero se creyó que las gotas contenían polvo de hierro arrastrado por el viento desde el norte de África, pero pronto se demostró que contenía también infusorios pertenecientes a los géneros astasía, gyges, pandorina, mines, y algas y esporas microscópicas, entre ellas protococus nivalis y hematococus sanguineus.
La nueva polémica sobre la «lluvia de sangre» en Kerala ha puesto en pie de guerra a la comunidad científica a cuenta de si las células encontradas contienen o no ADN, algo sobre lo que no se ponen de acuerdo. Porque si finalmente son células biológicas, estaríamos ante un caso de panspermia, propagación de la vida de un mundo a otro, en el que algún cometa podría haber «criado» y transportado microorganismos calentados radiogenicamente, listos para esparcir vida en el universo.

MEDÍAN ENTRE 1,7 Y 6,2 METROS Dinosaurios enanos en Alemania

MEDÍAN ENTRE 1,7 Y 6,2 METROS   Dinosaurios enanos en Alemania
Nils Knotschke con la reconstrucción del cráneo de un 'minidinosaurio'. (Foto: Science)
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Nils Knotschke con la reconstrucción del cráneo de un 'minidinosaurio'. (Foto: Science)

http://www.elmundo.es/elmundo/2006/06/07/ciencia/1149693319.html

 

Actualizado miércoles 07/06/2006 17:27 (CET)
OLALLA CERNUDA (elmundo.es)

MADRID.- Un grupo de investigadores de la Universidad de Bonn, en Alemania, ha descubierto una nueva especie de dinosaurio enano. El pequeño saurópodo vegetariano vivía en el Jurásico Superior.

El arqueólogo Martin Sander y sus colegas han estudiado los restos de unos 11 saurópodos encontrados en los lechos marinos del periodo Kirnmeridgiense en el norte de Alemania, según publica esta semana la revista 'Nature'.

Los huesos encontrados por los científicos pertenecen a ejemplares de entre 1,7 y 6,2 metros de largo, lo que se correspondería con dinosaurios jóvenes, aunque la histología ósea demostró que se trata de ejemplares adultos, por lo que constituyen una nueva especie.

Según los investigadores, debido a que la Europa Central de los tiempos del Jurásico se encuentraba sumergida bajo el mar, es probable que estos dinosaurios enanos vivieran en una de las grandes islas que rodeaban la cuenca de la Baja Sajonia, un distrito al norte de Alemania.

Los autores explican que en este lugar, el aislamiento físico y los recursos limitados podrían haber favorecido la supervivencia de dinosaurios más pequeños, con necesidades alimentarias mucho menores.

No se trata de la primera especie de dinosarios enanos que encuentran los científicos, pero sí son los primeros saurópodos. Hasta ahora, los fósiles de dinosaurios diminutos encontrados correspondían con terópodos, animales bípedos y carnívoros, mientras que los hallados en Alemania son saurópodos, un tipo de reptil conocido por su tendencia al gigantismo, con ejemplares de hasta 26 metros de largo.

Los dinosaurios de las islas de la Baja Sajonia habrían corrido la misma suerte que otras especies animales afectadas por el fenómeno del enanismo isleño. Los ejemplos más conocidos son los últimos mamuts de la isla de Wrangel, en Siberia, los elefantes fósiles de Sicilia, en Italia, probablemente también el de los pequeños 'hobbits' de la isla de Flores, en Indonesia.

La concepción humana: ¿un simple dato científico?

La concepción humana: ¿un simple dato científico?
Fernando Pascual, LC
Profesor de Filosofía en el Ateneo Pontificio
Regina Apostolorum

http://www.analisisdigital.com/Noticias/Noticia.asp?id=12391&idNodo=-5



Cada vida humana inicia a través de un proceso sumamente complejo, que avanza entre continuas disyuntivas: hacia nuevas etapas de vida o hacia el camino irreversible que lleva a la muerte.

La inmensa mayoría de los seres humanos empezamos la aventura del vivir desde el encuentro de dos gametos, uno paterno y otro materno: es lo que podemos llamar “concepción” o fecundación. La penetración de un espermatozoide en el citoplasma de un óvulo permitió el momento “cero”, la fase inicial: empezó a existir un nuevo ser humano. Luego siguió un desarrolló regulado por leyes concretas, según etapas más o menos definidas: el desarrollo intrauterino, el desarrollo post-parto, las demás etapas hasta llegar, si todo ha ido bien, hasta la vida adulta y la vejez.

Obviamente, no todos los procesos llegan a completar su ciclo propio ni lo hacen según las modalidades más comunes: existen innumerables variantes y situaciones que permiten que muchos procesos queden truncado de modo precoz.

Intuimos en seguida que estos datos, comprensibles por la ciencia, suponen también una serie de elementos extracientíficos. Por ejemplo, acoger una terminología con significados más o menos precisos; aceptar la validez del recurso a ciertos instrumentos como fuente segura de conocimientos; interpretar los datos observados en un contexto comunitario (no sin razón se habla de “comunidad científica”) y desde ideas más o menos definidas.

El estudio científico sobre el ser humano está, por lo tanto, en un contacto fecundo con aquellas reflexiones que las ciencias humanas, la filosofía, la religión, y otras disciplinas, ofrecen a la hora de explicar lo que significa “ser hombre”. Es cierto que un biólogo puede decir que la fecundación humana sigue más o menos los mismos mecanismos que se dan en otros mamíferos similares a la especie humana. Pero el biólogo sabe que toda fecundación en el mundo humano está rodeada de un contexto cultural que va más allá de lo que pueda decir su ciencia empírica.

Así, por ejemplo, una concepción puede ocurrir a raíz de una relación sexual entre esposos que se quieren, o entre esposos que viven en una dramática situación de violencia doméstica, o entre novios, o entre amigos ocasionales, o como resultado de una violación, o a raíz de una inseminación artificial, o desde la fecundación in vitro (FIVET) o desde la ICSI (microinyección intracitoplásmica de espermatozoides). Cada una de estas modalidades puede tener un número elevado de “variantes” (edades de los padres, circunstancias humanas en la historia de la mujer, del varón, de la familia, de la ciudad, del país, etc.) que superan en mucho la frialdad del dato científico.

Esta simple enumeración nos hace ver que cada concepción humana queda enmarcada en una enorme cantidad de dimensiones extracientíficas. Considerarla simplemente como un evento más en el mundo de los intercambios entre seres vivos del planeta significa aplicar una óptica reductiva y empobrecedora. Una óptica que, según algunos, sería propia de la “seriedad” del método científico, pero que en realidad muestra cómo, al hablar del ser humano, el científico necesita reconocer que está delante de “algo” que va mucho más allá de lo que pueda ser visto desde el microscopio y desde los análisis de componentes químicos.

Querer prescindir de ese “algo” en nombre de la ciencia no es más que una curiosa falacia. En el fondo, implica asumir un presupuesto filosófico implícito: “la ciencia debe limitarse a estudiar al embrión (ahora lo llaman pre-embrión si no ha llegado a los 14 días de vida) desde una perspectiva neutral para alcanzar conocimientos válidos y universalizables, lo cual implica excluir cualquier interferencia no científica en la realización de los experimentos sobre embriones”. Tal presupuesto va más allá de la ciencia, supone el uso de una visión filosófica concreta, en la que quedan excluidas otras perspectivas filosóficas y antropológicas de importancia.

Se hace necesario, por lo tanto, escuchar voces de otras instancias humanas. Especialmente de la filosofía y de las religiones, que han evidenciado durante siglos la singularidad del hombre entre las formas vivientes que compartimos el mismo planeta tierra, que han exigido para nuestra especie un trato “privilegiado”. Las elaboraciones de teorías éticas y de legislaciones destinadas a una mayor tutela de la vida humana son algunos de los mejores resultados de esta comprensión filosófico-religiosa de la dignidad del hombre. Allí donde tal comprensión es puesta entre paréntesis por presupuestos de tipo materialista y reduccionista, se producen graves atropellos sobre millones de seres humanos, que pueden ser tratados con graves formas de brutalidad y de violencia (abortos, infanticidios, genocidios, etc.).

El origen de cualquier vida humana no puede ser, por lo tanto, objeto de un simple estudio de laboratorio. En el hombre hay algo muy peculiar, que el mundo antiguo y medieval denominó con la fórmula “alma espiritual”. Tal peculiaridad nos lleva a estudiar y reflexionar sobre la reproducción (mejor sería hablar de “procreación”) humana con presupuestos éticos irrenunciables, so pena de caer en mentalidades que vean a los hombres (en su fase embrionaria, fetal, infantil o adulta) simplemente como “medios” para el progreso científico o para satisfacer los deseos de algunos grupos de poder. Grupos de poder que buscan someter las vidas de los más pequeños e indefensos en función de intereses que nunca pueden justificar la muerte de ningún ser humano.

Podremos evitar nuevos abusos, experimentos sobre embriones, fetos, niños, adultos o ancianos, con la ayuda de una sana filosofía. Hoy es, quizá, una de las tareas más urgentes. Para nuestro bien y el de las generaciones futuras.

 

 

¿Un embrión vale sólo si es útil?

¿Un embrión vale sólo si es útil?

Mujer Nueva
Bosco Aguirre
22-05-2006

http://www.analisisdigital.com/Noticias/Noticia.asp?id=12382&idNodo=-7


Fabricamos zapatos y corbatas, relojes y pulseras, tenedores y cuchillos. Si un producto no sirve, se tira. Aunque se haya perdido tiempo en su producción, aunque la empresa pierda un poco de dinero. Todo su valor residía en su utilidad, y si no hay utilidad el producto “no vale nada”.

Pronto será posible “fabricar” embriones con características predeterminadas, embriones que algunos han llamado “bebés-medicamento”. Esta novedad técnica ya es una realidad, y no faltan las primeras leyes que van en esa línea, como la aprobada recientemente en España.

De este modo, nos dicen, se promoverá el desarrollo de la medicina, serán curados muchos enfermos, quedará satisfecho el deseo de algunos padres de familia.

Los así llamados “bebés-medicamento” nacerán a través de un proceso muy sencillo. Una familia, por ejemplo, tiene un hijo necesitado de un transplante de tejidos. Se “producirían” en el laboratorio varios embriones in vitro a partir de los óvulos y espermatozoides de los esposos. Esos embriones pasarían por diversos análisis para seleccionar aquel o aquellos embriones que tengan las características deseadas, que sean “útiles”. Ese embrión (o esos embriones) serán transferidos luego en la madre, y así podría nacer un “niño útil” que, con algunos de sus tejidos, curaría a su hermano.

¿Y los embriones que no reúnan las características deseadas? Esos “embriones inútiles” serán guardados indefinidamente en el congelador, a más de 190º bajo cero, o serán destruidos después de algún tiempo y (así nos dicen) en el respeto de las máximas “garantías” legales y éticas. O quizá, si tienen mucha suerte, podrán ser salvados, si alguien les descubre algún valor, algún interés, alguna “utilidad”.

De este modo, un grupo de embriones serán analizados y seleccionados bajo la lógica de la producción y de la utilidad técnica. En otras palabras, serán tratados de un modo o de otro según lleguen a satisfacer un deseo, según posean o no ciertas características, según sirvan para curar o para investigar. El embrión o los embriones “valiosos” serán respetados y tratados con suma delicadeza, los demás serán discriminados, serán manipulados como si se tratase de seres humanos de menor importancia.

Nos dirán, y es verdad, que con estas técnicas se curarán cientos de enfermos, niños y también adultos. Pero al mismo tiempo tendrían que decirnos que serán eliminados cientos de embriones. No es correcto airear beneficios reales y ocultar una injusticia que va contra el principio de igualdad.

La justicia se basa sobre un presupuesto básico: todos deberíamos ser iguales ante la ley. Si una ley permite que un grupo de embriones humanos (de hijos, que esa es su definición más completa) sea sometido a un trato discriminatorio, tal ley permite una grave forma de injusticia. Aunque a través de la misma otros sean beneficiados: ¿no es ese el mayor drama de toda injusticia, que unos ganan porque otros pierden?

Hay que abrir los ojos a la verdad: cada embrión es un ser humano, es un hijo, digno de respeto. Por eso mismo, es necesario y justo oponerse a cualquier ley que permita un trato discriminatorio de los embriones: unos salvados y otros destinados a usos no bien definidos.

Tal oposición, desde luego, debe ir acompañada por la búsqueda de alternativas justas y éticas para un genuino progreso de la medicina: para que muchos niños enfermos puedan ser curados; y para que ningún ser humano (embrión, niño o adulto) sea tratado simplemente como un producto a merced de técnicos o de médicos sin escrúpulos.

El verdadero progreso pasa por la ética. Es entonces cuando la investigación dignifica al ser humano. Conviene recordarlo, por el bien de nuestros hijos, que valen siempre por lo que son, no por la posible utilidad que descubramos en ellos; y por el bien de los adultos que queremos un mundo capaz de defender también la vida de los más pequeños seres humanos: nuestros embriones.

Bioética y reproducción asistida

Bioética y reproducción asistida

El Diario Montañés
Luis Sánchez de Movellán de la Riva
29-05-2006

http://www.analisisdigital.com/Noticias/Noticia.asp?id=12381&idNodo=-7

La aspiración a la reproducción está considerada como un objetivo esencial de la vida, legítima e incontestable. La infertilidad acarrea a muchas personas una crisis existencial prolongada y un consecuente estrés que a menudo conduce a un malestar emocional y a problemas interpersonales. Uno de entre seis casos presenta infertilidad y, para el 20% de ellos, el único camino para conseguir la gestación -y consecuentemente hijos- es la reproducción asistida, la cual es un conjunto de técnicas de laboratorio encaminadas a obtener un embarazo sustituyendo o facilitando una etapa deficiente en el proceso reproductivo.

El nacimiento de Louise Brown, el primer 'bebé-probeta', en 1978, dio una nueva perspectiva a los casos de infertilidad. Hoy, millares de niños nacen anualmente a través de técnicas de reproducción asistida y los nuevos avances tecnológicos aumentarán todavía más las posibilidades del tratamiento por infertilidad. La utilización de la donación de gametos, de la congelación de embriones y de la maternidad de sustitución ha propiciado nuevos métodos y nuevos tipos de constitución familiar.

La primera manifestación ética en relación con la reproducción asistida vino de Inglaterra, a través del Informe Warnock, publicado en 1984. A partir de entonces otros países, sociedades científicas y grupos religiosos también se manifestaron sobre el asunto. Las técnicas de reproducción asistida y el contexto en que son utilizadas constituyen un extenso campo de discusión ética que protege el bienestar de la criatura, de la mujer y de otros implicados, como, por ejemplo, los donantes o la madre de sustitución. Otro aspecto interesante es la posible destrucción involuntaria de embriones humanos. El desdoblamiento de la reproducción asistida -selección del sexo, reproducción póstuma- y principalmente su asociación con la genética -diagnóstico preimplante, clonación- generan preocupación en relación con el control sobre la procreación.

Hay un tema clave en todas las cuestiones de reproducción asistida y su debate ético: el status moral del embrión. Asunto éste que está íntimamente ligado con la problemática de cuándo comienza la vida humana y con la definición de persona. La controversia se produce en la consideración del embrión como ser humano desde el momento de la fertilización. Para los que piensan que la vida humana comienza en el momento mismo de la fertilización, el embrión tiene los mismos derechos que una persona y es merecedor de todo el respeto, debiendo protegerse como tal. Dos argumentos sustentan este criterio: el primero es que el embrión tiene la potencialidad de convertirse en una persona, y el segundo es que el mismo está vivo y tiene derecho a la vida. Por el contrario, los que consideran el embrión como un conjunto de células, juzgan que él no merece ninguna diferencia de tratamiento con respecto a cualquier otro grupo celular. Y existe una posición intermedia, defendiendo que el embrión tiene un status especial, pero que no se justifica el protegerlo como a una persona. Un punto de discusión importante es el que suscita la problemática de los embriones excedentes, ya que la reproducción asistida puede generar un número de embriones mayor del que se pretende transferir. La obtención de óvulos es un proceso oneroso y no exento de riesgo -y por ello, estas células son extremadamente valiosas- lo que justifica su total utilización. Hasta recientemente no se disponía de la tecnología adecuada para la congelación de óvulos, lo que llevaba a que todos fuesen inseminados. Ahora, en por lo menos un 30% de los ciclos se obtienen embriones excedentes, que pueden ser congelados, utilizados para investigación, donados o destruidos.

Desde el punto de vista ético, la destrucción es indefendible, y la manipulación a la que los embriones pueden ser sometidos debe ser limitada, siendo aceptables solamente procedimientos que sean benéficos, lo que no existe en este momento. La opción de la donación para la investigación hiere a la dignidad del embrión, a pesar de ser práctica aceptada en algunos países e ir en contra de lo fijado en el 'Código de Nüremberg'. La donación para otros casos de infertilidad debe ser considerada como una adopción pre-natal, y para los embriones que no sean utilizados es la única posibilidad de llegar a la vida. Se considera un acto de altruismo.

La congelación embrionaria tiene como objetivo posibilitar la transferencia de embriones excedentes con posterioridad, sea en el caso de que se malogre el embarazo o cuando se tenga deseo de otra gestación. De esta forma, no habría necesidad de someter a la mujer a un nuevo ciclo de inducción de la ovulación, lo que podría generar desazón, riesgos e incluso ser inviable por cuestiones económicas o biológicas. La problemática del método está ligada a las cuestiones bioéticas del respeto al embrión y del destino de los mismos en el caso de que los padres desistieran de la transferencia, se separaran o murieran.

La congelación es extremadamente discutible bajo la óptica de la ética, pues hiere la dignidad del embrión. Es francamente objetable que los embriones puedan ser deliberadamente colocados en una situación donde su desarrollo natural está en suspenso y sus vidas y futuro colocados en peligro. Muchos embriones no sobreviven al proceso de congelación y descongelación, siendo el índice de supervivencia después de la descongelación del orden del 70% aproximadamente.

Actualmente se discute a nivel mundial la cuestión del uso de los embriones depositados en las clínicas de reproducción asistida y su utilización para la clonación terapéutica. La congelación se considera éticamente aceptable si su fin ha de ser el que los embriones lleguen a la vida. Esos embriones, sean o no personas, reales o potenciales, viven solamente gracias a la ciencia y a la técnica. Pero la intención es que vivan, aunque se sepa que sus posibilidades son ciertamente limitadas.

La selección de embriones sí plantea serias objeciones éticas respecto al uso de esta técnica, pues la manipulación de embriones podría acarrear lesiones o muerte embrionaria, por un lado, y también se plantearían serios problemas con la selección genética, por otro. No deja de ser una forma de eugenesia pues determina la destrucción de las personas en su estadio inicial de desarrollo, lo que refleja una injusticia y una falta de respeto total a la vida humana.

El objetivo es plantear interrogantes y llevar a la reflexión estimulante y participativa a la sociedad en decisiones de grueso calado moral y existencial, ya que los dilemas éticos acompañan a la historia de los hombres pues son consecuencia de sus propias acciones. Esos dilemas pueden adquirir mayor o menor relevancia dependiendo del contexto histórico-temporal de donde surgen las ideas que guían moralmente a la sociedad en una u otra época.

Autor: aciprensa | Fuente: aciprensa.com

  Parejas con hijos congelados se oponen a la ley de reproducción humana asistida

http://www.es.catholic.net/sexualidadybioetica/347/1648/articulo.php?id=29631

Autor: aciprensa | Fuente: aciprensa.com

La nueva normativa "atenta contra la salud psíquica y física de la mujer ya que permitirá seguir congelando embriones"
 
Parejas con hijos congelados se oponen a la ley de reproducción humana asistida
Parejas con hijos congelados se oponen a la ley de reproducción humana asistida
Ante el inminente sometimiento este 11 de mayo de 2006 al
Parlamento Español del proyecto de Ley de Técnicas de Reproducción Humana Asistida (LTRHA), parejas que sufren consecuencias psiquiátricas por tener todavía "hijos congelados" tras un tratamiento de fecundación in vitro (FIV) consideraron que la nueva normativa "atenta contra la salud psíquica y
física de la mujer ya que permitirá seguir congelando embriones".

"La fecundación in vitro nos ha amargado la vida: todavía tenemos hijos congelados", manifestaron los miembros de Mujeres Damnificadas por la FIV (...), una asociación de mujeres y parejas que se han sometido a una FIV en España y que hoy sufren "graves depresiones y trastornos físicos" como
consecuencia de estas técnicas.

La portavoz de la asociación, Rosa García, dijo que su rechazo a la aprobación de la LTRHA se debe a los hijos que aún tiene congelados en un centro privado "y que no quiero que se mueran en el congelador o se destruyan en investigación. A mí me han intentado implantar ocho embriones y se han muerto todos. Todavía tengo cuatro hijos congelados y no puedo superar la angustia de pensar que van a morir".

Por el bien de las mujeres y sus familias, García solicitó "el fin de la congelación de embriones hijos y la promoción y ayuda pública de la adopción de embriones congelados. Si pudieran ser adoptados nuestros hijos, nos evitarían el estrés y trauma de pensar que van a morir. Ninguna madre quiere que sus hijos embriones sean destruidos para investigar".

Guía políticamente incorrecta de la ciencia

Guía políticamente incorrecta de la ciencia

LOS SEÑUELOS DE LA POLÍTICA

Guía políticamente incorrecta de la ciencia

Por Tom Bethell

http://libros.libertaddigital.com/articulo.php/1276231811

Detalle de la portada de GUÍA POLÍTICAMENTE INCORRECTA...
Parece como si los científicos gozaran de cierta inmunidad. Toleran el examen, pero preferiblemente si se hace dentro de sus propias filas (...) Los que no son especialistas en [un determinado] terreno temen entrar en el campo de los demás, como no sea con un espíritu respetuoso. Por todo lo cual raramente se producen desacuerdos. Y los sacerdotes de la ciencia no se ven molestados, que es lo que en el fondo les gusta.
Pero la verdad es que la ciencia se ha politizado, y si los científicos no quieren criticarse unos a otros ¿quién lo va a hacer? Creo que los periodistas necesitarían involucrarse más en este asunto. No hacer simplemente reportajes sobre temas científicos, sino prepararse para poder ser más críticos.
Los periodistas son generalistas y, con frecuencia, muy proclives a adquirir conocimientos básicos en cualquier nuevo campo. Pero también se muestran muy reticentes a enfrentarse a los especialistas (...) Algunas veces los periodistas creen que es peligroso cuestionar a los expertos. En realidad, lo verdaderamente peligroso es no hacerlo. Un antiguo y admirable refrán que se oía a menudo en las redacciones de los periódicos en la época del Watergate decía: "No aceptes las limosnas que te da el Gobierno". Pero eso es algo que tiende a olvidarse cuando se trata de la Medicina. En cierta ocasión le pregunté a un periodista por qué se mostraba tan poco crítico con lo que decía el Gobierno sobre el sida. "Yo no soy médico", me respondió.
En el terreno político, incluyendo los temas que se refieren a espionaje o a política exterior, los periodistas se toman en general grandes libertades. Sin embargo, no siempre es así. También aquí suelen recibir llamadas telefónicas advirtiéndoles de lo que significa la seguridad nacional. Por todo ello, hace unos treinta y cinco años un grupo de editores importantes decidieron formar su propio cuerpo de jueces críticos. El contexto era en aquel entonces la guerra de Vietnam. La Administración Nixon trataba de impedir la publicación de los llamados Documentos del Pentágono, un cuerpo de informaciones que se mostraba crítico con la guerra. Entonces se intentó activar una serie de mandatos judiciales para impedir la publicación de tales documentos, aunque finalmente prevaleció el "derecho a saber" que tiene el público.
El primero en hacer pública aquella información fue el New York Times, y los demás periódicos le siguieron. Y a todos nos vino bien aquello. El papel que juegan los periodistas cuando desafían al Gobierno es beneficioso, sean cuales fueren los mecanismos que utilicen para hacerlo. El problema estriba en que con demasiada frecuencia no se atreven a desafiar la política gubernamental, sino que la apoyan, incluso cuando los fines del Gobierno son de evidente interés propio. El verdadero peligro está en no examinar a fondo el poder del Gobierno.
Los periodistas examinan con lupa las afirmaciones del Pentágono, del Departamento de Estado o de la CIA (...) No se pretende conseguir con ello grandes avances en las relaciones internacionales, ni mucho menos. (...) Pero cuando se trata de temas científicos se muestran más reacios. El análisis de las afirmaciones científicas es algo que se ve generalmente relegado.
El presupuesto del Instituto Nacional de la Salud se ha duplicado bajo el mandato del presidente Bush, y en lo que se refiere a la seguridad nacional se ha creado una gran muralla a partir del 11 de Septiembre. Es una muralla real y también simbólica: ¡No molesten! La clase sacerdotal de corbata y camisa blanca está trabajando. Busque su propio tratamiento. Y aunque uno debería pensar que les pagamos con nuestros impuestos, los periodistas se sienten intimidados. Habría que pedirles que emplearan con los jerarcas del Departamento de Salud Pública el mismo escepticismo que emplean con los del Departamento de Defensa.
[...]
[Por eso] se necesita una Guía políticamente incorrecta de la ciencia. En el campo de la ciencia, los Woodward y los Bernstein [1] no se han mostrado muy eficaces. Y sin una debida vigilancia los profesionales pueden a veces conducirnos a la muerte. En resumen, vale la pena comparar el tratamiento de la ciencia médica con lo que Thomas Carlyle llamó la "ciencia funesta", cuando se refería a la economía [...] En el siglo XIX la economía se conocía como "economía política", y estamos de acuerdo en que ése era su nombre correcto. La economía es más bien un asunto político que científico. Y la política es un campo en el que los periodistas no tienen miedo a pisar. Por lo que les estamos muy agradecidos (aunque Karl Marx fuera periodista).
Durante décadas, como señala Michael Crichton, se consideró que la ciencia estaba por encima de la política. Después de todo, trataba con hechos y no con opiniones o juicios. Los hechos se comprobaban de forma experimental, y los experimentos se pueden repetir. La ciencia es un campo del saber que se autocorrige (una verdad a largo plazo). Por el contrario, la política es un campo de valores en contienda.
Pero ha sucedido que la ciencia se puede politizar fácilmente. La razón más importante para ello es ésta: a menudo existe mucha incertidumbre en lo que se refiere a los hechos. En tales casos se pueden sustituir los hechos por preferencias, y esto puede resultar poco veraz.
Un buen ejemplo de lo anterior es lo referente al calentamiento global. Suele decirse que, si no sabemos con certeza si hemos de coger un paraguas para ir al trabajo, ¿cómo vamos a predecir el clima que habrá dentro de cien años? Algunos de aquellos que hoy hablan con más fuerza del calentamiento global hablaban, hace veinticinco años, del enfriamiento global. Si el planeta se está calentando, ¿es responsable de ello la humanidad, o lo es el sol? Inevitablemente, al encontrarnos en semejante incertidumbre, la pugna por establecer hechos que se muestren relevantes se convierte en una pugna política.
Malthus.Son muchos los que no se dan cuenta de esto. En consecuencia, se ha iniciado sobre el tema del calentamiento global algo que recuerda a un auténtico debate. Está ampliamente aceptado que la meteorología es una ciencia inexacta, y que algunos de los alarmistas ven en ello, por ejemplo, un mecanismo político para frenar el crecimiento económico de Estados Unidos (...)
[...]
Toda aquella ciencia que se base en advertencias de mal agüero sobre el futuro debería resultar sospechosa, y habría que considerarla, casi por definición, politizada; aunque sólo fuera por el hecho de que las democracias, tal como se encuentran constituidas actualmente, responden con una desmedida prisa a cualquier aviso de crisis. En 1798, en Inglaterra, el economista Thomas Robert Malthus –un tipo lúgubre, seguramente– advirtió de que la población estaba creciendo con mayor rapidez que los recursos alimentarios. El Parlamento, sin embargo, no tomó ninguna medida, e hizo bien al actuar así. Pero el genio tutelar de Malthus en lo referente a los índices matemáticos de crecimiento siguió confundiendo a los estudiosos durante años, por más que tales índices estuvieran basados en cálculos erróneos. A pesar de ser un gran científico, el hombre estaba equivocado.
Hace unos treinta años –siempre dentro del mundo occidental– volvieron a resurgir los temores de superpoblación malthusianos. Ahora se veía el asunto como una crisis a escala mundial. El biólogo Paul Ehrlich vaticinó que morirían de hambre millones de americanos (realmente, habría estado más acertado si se hubiera referido al problema de la obesidad). Estados Unidos facturó al extranjero miles de millones de preservativos. Sólo en 1990, según una estimación oficial, se enviaron 7.000 millones. Sin embargo, y como contraste, ahora empezamos a oír hablar de los problemas potenciales que presenta la reducción de la natalidad.
En 2000, se creyó que el estallido de una "pandemia" de sida y VIH (virus de inmunodeficiencia humana) en los países subsaharianos podía llegar a ser tan alarmante que incluso el vicepresidente Al Gore y la secretaria de Estado Madeleine Albright llevaron el asunto al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Se trataba, según se decía, de una enfermedad que se transmitía por vía sexual; así pues, se volvieron a necesitar los preservativos. Hoy día, los países subsaharianos tienen el índice de crecimiento de población más alto del mundo (aunque puede estar usted seguro de que los preservativos seguirán necesitándose ahora más que nunca).
Los acontecimientos futuros son de índole desconocida; y, para abreviar, la incertidumbre se convierte en una buena oportunidad para todos aquellos que buscan una forma de politizar la ciencia.
Todos los departamentos gubernamentales se enfrentan básicamente a los mismos incentivos. Se benefician tratando de persuadirnos de que no podemos seguir viviendo sin ellos. Esto tal vez pudiera ser cierto en lo referente a aquellos departamentos ya veteranos, como las secretarías de Defensa, Estado y Justicia; pero la cosa resulta menos clara en aquellos otros que se han creado más recientemente en base a una supuesta emergencia (a la mente me viene ahora, por ejemplo, la Agencia para la Protección del Medioambiente). Todos estos organismos utilizan las mismas campañas publicitarias: "El problema es más grande de lo que podemos imaginar; pero no se preocupen: estamos esforzándonos en resolverlo. Así que ¡aumenten nuestro presupuesto, ya!".
Los periodistas deberían sospechar de este tipo de campañas, tanto si pretenden incrementar nuestros temores como si quieren hacerlo con nuestras esperanzas. Tomemos el caso del Proyecto del Genoma Humano. Desde sus inicios se trató de un proyecto gubernamental, "un tema que debería ser llevado al Congreso", como afirmó el gurú de la ciencia James Watson, tratando de darle mayor realce. Se dijo que se lograrían grandes ventajas en el campo médico con ese proyecto, pero hasta ahora no se ha materializado ninguna de ellas; y, probablemente, seguirán sin materializarse. Sin embargo, aparte de algunas críticas (justificadas) por parte de la izquierda, deplorando su ideología "determinista", el proyecto del genoma no ha recibido más que alabanzas por parte de toda la prensa.
En el ámbito de la ciencia básica, el proyecto genoma puede enseñarnos mucho, al final; aunque sólo sea para revelarnos la inmensidad de nuestra ignorancia. Probablemente el concepto del gen tendrá que ser revisado, y habrá que volver a escribir nuevos textos (...)
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Cuando parece surgir una oportunidad ventajosa y los inversores privados la desdeñan, la cosa no debe de estar muy clara. En el caso del genoma, se pudo comprobar que el "negocio modelo" resultó inapropiado, pero el error de cálculo todavía fue peor. Incluso la ciencia lo miró con recelo. Lo mismo puede suceder con la investigación sobre las células madre. Y aunque los fondos gubernamentales se han visto restringidos, la investigación es legal. No obstante, si las promesas de indiscutibles ventajas médicas son tantas y tan grandes, ¿por qué resulta esencial que se comprometa en el asunto el Gobierno federal? ¿Es que acaso los grandes inversores saben algo más de lo que conocen los redactores de los grandes titulares de prensa?
A veces los periodistas pasan por alto estas cuestiones. Quizás la razón estribe, en el caso de las células madre, en que el tema se ha enmarcado dentro de una especie de enfrentamiento entre las promesas científicas y la ética reaccionaria. Los científicos lo prefieren así. Pero las dificultades todavía no resueltas por la ciencia raramente se convierten en titulares.
Otros temas son "políticos" de manera diferente. Tomemos, por ejemplo, la investigación sobre el cáncer. (...) durante tres décadas el Instituto Nacional del Cáncer ha seguido una teoría errónea sobre los orígenes de esta enfermedad: la teoría de la mutación genética. No es que los científicos involucrados en este trabajo –la gran mayoría de los investigadores sobre cáncer– hubieran adoptado tal teoría por motivos políticos. No era así. Si el argumento que expongo es correcto, el problema que subyacía en todo esto se debía al recorte de fondos gubernamentales que impedía la búsqueda de otras teorías alternativas.
Una estrategia gubernamental que permitiera este contraste de teorías en las investigaciones hubiera parecido producto del descuido, no mucho mejor que un método de tanteo. Dicho claramente: la mayor parte del dinero empleado en la investigación hubiera sido "despilfarrado"; y a los políticos no les gustan esas cosas porque temen la censura. Prefieren que sean los expertos los que decidan, ya sea por consenso o mediante un comité, y ser ellos los que distribuyan los fondos.
Por el contrario, la investigación del sector privado, por su propia naturaleza, sigue el método del tanteo. Se invierte el capital en un amplio abanico de ideas e investigaciones, de las cuales tal vez sólo una de ellas resulte rentable. En el sector privado a esto se le llama "riesgo", no despilfarro. Los grandes avances científicos que hemos visto en las últimas décadas, en el campo de los ordenadores y de la tecnología informática, han conllevado muchos riesgos y una gran cantidad de inversiones "despilfarradoras". Pero también se han conseguido enormes progresos.
Históricamente, las teorías competitivas han representado la fuerza impulsora del progreso científico. Los investigadores aislados y las compañías privadas han constituido las fuentes más provechosas de estos avances. Y de la misma forma que sucede con el sistema de mercado competitivo, en la empresa privada, que sirve para fomentar la innovación, sucede también en el campo de las teorías científicas competitivas, que conducen a la investigación de nuevas teorías.
Cuando todos los huevos de la investigación se encuentran en el mismo canasto, la cosa es muy diferente. La conveniente competición se puede ver estancada, o totalmente eliminada, si tal es lo que decreta el Gobierno (como sucedió bajo el comunismo). Cuando prevalece una única fuente de ingresos, casi siempre se convierte la ciencia en la criada de la política. Pero no suele verse, en nuestros periódicos más importantes, el reconocimiento de que sea esto un problema. La revista Science, por ejemplo, vigila muy de cerca los gastos gubernamentales en temas científicos, estableciendo sin vacilar una correlación entre "más" y mejor.
Las inversiones gubernamentales han promovido también la idea de que una teoría científica puede ser considerada veraz si dispone de suficiente apoyo (...) Una teoría aceptada por el 99% de los científicos puede estar equivocada. Pero los comités del Instituto Nacional de la Salud que deciden qué proyectos serán aprobados por el presupuesto se hallan inevitablemente formados por científicos que están muy de acuerdo con semejante teoría (...)
La teoría de la evolución también se ve apoyada por un consenso total. Pero ¿es verdadera? La dificultad para saber lo que son los hechos (o lo que fueron) es, una vez más, una tarea gigantesca. Los hechos tuvieron lugar hace cientos de millones de años, cero más o cero menos, y la decadencia física ha convertido aquellos hechos en algo poco menos que imposible de conocer. Los fósiles están muy dispersos y son difíciles de interpretar.
Así pues, tenemos pocos hechos; pero ahora lo desconocido reside más en el pasado que en el futuro. Los fósiles nos dicen que la mayoría de los organismos que en una época poblaron la Tierra ya no lo hacen. De esto pueden extraerse un gran número de conclusiones, o quizás sólo una.
Nos inclinamos fuertemente a sustituir la fe por la duda. Recientemente, Ben Adler, de la revista New Republic preguntó a una serie de eminentes científicos si "creían en la evolución". Se arrancaron afirmaciones rotundas ("Creo en ella", "Por supuesto", "Sí"). Fue una cosa un tanto extraña. Ninguna de estas personas parecía haberse dado cuenta de que la fe es algo más apropiado para los temas religiosos que para asuntos científicos.
Este artículo es un fragmento editado de la introducción de la Guía políticamente incorrecta de la ciencia, editada por Ciudadela y que estará a la venta a partir del 29 de mayo.


[1] Los periodistas que destaparon el Watergate.